Vegetal



No sabía cuánto tiempo había estado con los ojos abiertos, tal vez minutos u horas. Pero cuando finalmente vino en sí se dio cuenta de que estaba en problemas. Estaba atrapado.
No podía ver nada, eso era lo peor. O tal vez lo peor era que apenas y podía moverse, sus manos estaban detrás de su espalda y su peso sobre ellas le hacía sentir un horrible dolor en las articulaciones de los hombros.
Movió su cabeza hacia un lado y hacia otro, aunque no sabía qué tan estrecho era el lugar donde estaba, parecía ser lo suficientemente grande para un hombre. Su aliento se quedaba flotando alrededor por lo que sentía un asfixiante calor sobre su cara.
«¿Me asfixiaré?» pensó de repente y tuvo que controlar el pánico que empezaba a subir por su garganta.
«¡Oh Dios, estoy enterrado vivo! ¡De alguna forma me han enterrado vivo!»

Lo importante ahora era calmarse, debía controlar su respiración, debía buscar—«¡Buscar qué!»
Cerró sus ojos y suspiró. Trató de recordar cualquier cosa que explicara su situación actual, no recordaba haber tenido un accidente o haber estado enfermo.
Lo último que recordaba era estar caminando por los pasillos de la universidad a la que había asistido para estudiar Administración. Podía verse a sí mismo, con una mochila y con unos libros. Nada más.
«Un infarto tal vez, o una especie de derrame cerebral. Algo debió haberme pasado. Tal vez tuve un ataque y…pensaron que había muerto. ¡Maldita sea! No, no debo calmarme…debo—»
Alguien se rio. Era una risa fuerte y desquiciada.
Su corazón estaba acelerado, podía sentir como su pulso tumbaba en sus oídos. El calor sobre su rostro era insoportable, había empezado a respirar agitado y entonces empezó a toser.
«¡No puedo respirar, carajo, me estoy ahogando con mi propia saliva!»
Tal vez eso no sería tan malo, si era cierto que había sido enterrado vivo por error, ¿qué probabilidades había que alguien lo sacara de ahí?
Empezó a retorcerse en aquel pequeño espacio, el aire salía pero por más que intentaba aclarar su garganta no podía inhalar. Jamás había sentido tanto terror. «¡Me han enterrado vivo y ahora moriré ahogado con mi saliva!»
Pero el ahogamiento pasó, de alguna forma que él no entendía muy bien pero se alegró cuando sintió que su garganta se aclaraba. «Respira todo el aire que quieras, no importa, ese aire se acabará y te ahogarás de todas formas. Sólo has alargado tu tormento»
Aquella risa demencial se escuchó de nuevo, más cerca estaba vez. Y ahí supo lo que era; era una hiena.
Sí, la «risa» que no era una risa en sí, era el sonido que hacen las hienas, no había duda. Pero eso no calmó su confusión.
«Si hay una hiena aquí ¿significa que no estoy bajo tierra?»
«Ho-hola» dijo y su voz estaba quebrada, su garganta aún le dolía por los tosidos.
No hubo respuesta.
Intentó moverse y sintió un rayo de dolor cuando su hombro derecho crujió. Se mordió la lengua para calmar el dolor. Estaba temblando.

Pensó que debería estar en algún lugar que no fuera bajo tierra, pero eso dio paso a otra pregunta: ¿Por qué estaba tan oscuro? No era la oscuridad de la noche, era casi como tener los ojos tapados pero sus ojos estaban descubiertos y bien abiertos.
La hiena (o lo que fuera que fuese) chilló una vez más, tan cerca que creyó que estaba a su lado. Giró pero no pudo ver nada.
«Bien, no estás bajo tierra al parecer, pero estás en algún lugar y una hiena está rondando. Una hiena, un animal que te destrozaría en segundos. Seguís estando jodido mi amigo»
Trató de soltar una carcajada pero sólo salió un chillido ridículo.
Entonces, frente a él, apareció un pastel.

El pastel flotaba frente a él como si colgara de cordones invisible o como en aquellas películas en las que un supuesto fantasma sostiene algo en el aire. Nada tenía sentido; aquel lugar parecía no tener dimensión, había creído que estaba acostado pero ahora sentía que estaba de pie. «Estoy en una caja transparente y lo que hay afuera no es más que oscuridad…»
Sus ojos estaban más abiertos aún, tanto que le dolía tenerlos así. Pero ¡Qué carajos era eso!
Era claramente un pastel, cubierto de glaseado y con dieciséis velas encendidas.
«Es el pastel de mi cumpleaños dieciséis »
Lo recordaba porque ese, creía él, había sido su mejor cumpleaños.
En ese entonces su hermana Kari aún estaba viva. Aunque él había querido tener un hermano con quien compartir sus autos de colección, Kari había sido una gran sorpresa. Al principio creyó que ella lo arruinaría todo. Pero no había sido así, Kari había sido casi como un hermano, era fuerte y aventurera. Habían construido juntos una casa en el árbol del jardín y ella había clavado y lijado las tablas como cualquiera de sus amigos varones. Ella era femenina, pero también era ruda. «Ella quería ser abogada. Ella decía que le iba a dar en el culo a todos los criminales»
Ese pensamiento lo hizo sonreír. Su hermana menor, tan hermosa y tan independiente. Ella se casaría con un buen hombre y si él no resultaba serlo, ella le patearía el trasero. Jamás dejaría que un hombre la golpeara.

El pastel siguió flotando, las velas encendidas con fuego que parecía que ardería eternamente. Alrededor empezaron a aparecer figuras humanoides y borrosas a un principio, pero poco a poco fue claro quiénes eran.

«Aquel maldito incendio acabó con todo. Se llevó a Kari»
Kari había sido invitada a celebrar la navidad en la casa de una de sus amigas. Al final resultó que la casa era en realidad una discoteca. Un corto circuito había hecho que todo se encendiera con una velocidad feroz. Las salidas de emergencia no eran lo suficientemente grandes y en pocos segundos estaban atascadas de jóvenes ebrios que querían salir todos al mismo tiempo. Muchos fueros pisoteados hasta la muerte, otros asfixiados por el humo o por estar atorados en la multitud. Kari, ella se había asfixiado por el humo y ardido junto con una de sus amigas y el novio de ésta. Así de simple.

«¡Happy birthday to you…happy birthday to you…happy birthday querido Santi…happy birthday to you…Uno, dos tres, cuatro…diez, once…catorce…DIECISÉIS!»

Unas pesadas lágrimas bajaban por sus mejillas y se acumulaban detrás de su cuello. Todos estaba ahí, alrededor del pastel, aplaudiendo. El recuerdo de su hermana lo llenó de una tóxica tristeza, sentía que se ahogaba de nuevo, «Eso estaría bien» pensó mientras sentía que su corazón era apuñalado una y otra vez.
La hiena empezó a reír. Luego hubo una segunda y luego una tercera.
Los aplausos y carcajadas de su familia fueron ahogados por los chillidos burlones de una jauría de hienas.

Sus padres, Kari y el pastel se esfumaron como el humo de un cigarrillo.
Intentó moverse y sólo causó más dolor a sus hombros dislocados, sus piernas estaban libres pero podía sentir un tope, no parecía ser necesariamente una pared o una caja, no sabía bien qué podía ser. Nada tenía sentido.

«¡AYUDA, AYUDA POR FAVOOOOOOR, DÉJENME SALIIIIIR…POR FA…VOR…!»
A su alrededor pasaban docenas de puntos brillantes y amarillos, las carcajadas no parecían ser sólo el chillido de un animal, parecían saber, parecían estar haciéndolo a propósito, burlándose.
«Quieren volverme loco, ¿no es así?, pues bien, ¡lo están haciendo!»
Desesperado empezó a agitarse violentamente sin importarle el terrible dolor. Estaba harto.

«Ya casi…» dijo la voz de un niño.
Frente a él estaba un pequeño de mejillas coloradas y pantaloncillos sucios con tierra. A su lado había una niña con un vestido rosa igual de sucio por la tierra.
«Ya casi…» repitió ella. Ambos niños estaban tomados de la mano, tenían aserrín y pequeños trozos de madera en el pelo.
Él se quedó quieto, respirando lentamente.
«¿Quiénes son—»
No tenía que preguntar eso.
«¡Kari!» gritó.
Ambos pequeños sonrieron y ahí mismo se esfumaron.
Las hienas empezaron a burlarse pero él ya no las escuchó. Empezó a reír y llorar de la más pura alegría.

Las hienas (o lo que fuera que fuesen) chillaron espantadas, no habían conseguido nada. Todo había acabado. La caja se había roto.


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Ambos vieron como la línea en el monitor ascendía y descendía lentamente hasta que no fue más que una línea recta e inerte. El bip de la máquina parecía sonar dentro de sus cabezas. Sonaría por el resto de sus vidas probablemente.
La enfermera tenía un rostro triste aunque no era la primera vez que veía algo así, en el fondo ella sonreía pues sabía que eso era lo mejor. Todos lo sabían.

«¿Crees que hicimos lo correcto?» le preguntó ella, su rostro hinchado y demacrado por la falta de sueño y el intenso llanto.
«Si» Respondió él sin miedo. Se quedaron parados frente a la cama de su hijo, abrazados y sintiendo una mezcla de tristeza y alegría que sólo hacía que todo pareciera tan irreal como la noche en que se enteraron de la muerte de Kari. «Oh Kari, Oh Kari…mi pequeña Kari…»
Pero era mejor, claro que era mejor. ¿Qué vida puede tener una persona atada a una cama de por vida, alimentada por tubos?
Él estaba tan muerto como vivo.
No, tenerlo como un vegetal por años no era vida, ni para él ni para ellos.
La enfermera salió de la habitación y en sus ojos, ambos padres vieron algo que los hizo sentir mejor, algo que borró cualquier duda o culpabilidad que ellos podrían haber sentido.
         «Él está en un lugar mejor» les dijo aquella mirada.
Ellos lo iban a superar.

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