El pianista



«¿Eres tú mi musa?» le preguntó el pianista a la hermosa figura femenina parada del otro lado del piano, mirándolo como alguien que ha estado recluído del mundo real por mucho tiempo.

La mujer, que vestía un largo y transparente vestido blanco que dejaba ver gran parte de su cuerpo, no dijo nada. Sólo se dedicó a mirar al pianista con ojos bien abiertos.

«Muy bien...» dijo él. El pianista había deseado tanto conocer a su musa, después de tantos intentos fallidos por componer una obra maestra, después de años de ser humillado por el creciente éxito de sus compañeros que parecían apuñalarlo con sus abundantes riquezas y fama. Siempre rodeados de aquella brillante aura que acompaña a los artistas prodigiosos.
Él se quedaba sentado en su estudio por horas hasta que su trasero le dolía, tratando de que sus dedos se pusieran a trabajar pero estos yacían muertos sobre las teclas. «Inútiles como tú» podía escuchar al piano gritándole. Aquel enorme y valioso instrumento había estado en su familia por años, heredado a él por su padre, el gran Luciano Balestrino.
Y ahora aunque el piano yacía en la misma casona y casi en la misma posición en la que su padre lo mantuvo por años, lo único que se escuchaba eran notas incoherentes y horribles. Más como si un gato estuviera caminando sobre las teclas y no un «artista».

Decidió entonces empezar a dejar la puerta abierta de su estudio, esperando que así, de alguna manera, una de las musas que rondaban por la tierra en busca de nuevos talentos lo vieran y lanzaran su místico polvo de inspiración.

Y así fue.
Ahora una de ellas estaba parada frente a él. Mirándolo de manera que lo extrañó bastante.
« ¡Quiero que me ayudes!» le dijo a la mujer que hasta ese momento no parecía entender mucho de lo que él decía. Aun así ella asintió y empezó a caminar hacia él dándole la vuelta al piano.
El pianista cerró los ojos, puso sus manos sobre las gastadas teclas y esperó...



«No otra vez» dijo la criada cuando metió la llave en la puerta principal y se dio cuenta que la ésta ya estaba abierta.
«Sigue dejando la puerta abierta como si viviera en el lugar más seguro del mundo»

Entró a la casona y se dio cuenta del silencio. La casa siempre estaba llena de gritos de enojo, sillas siendo lanzadas contra la pared y horribles tonadas que pretendían ser obras maestras. Pero la casa estaba en silencio. Ni siquiera el periódico había sido leído. Lo tomó y fue al estudio.

La portada del periódico anunciaba el escape de más de quince pacientes del hospital psiquiátrico de Rosalinda, el lugar en donde los locos más violentos iban a parar.
La criada no lo vio.
Ahora el periódico estaba en el suelo y la criada estaba gritando y corriendo por toda la habitación mientras el cuerpo degollado del pianista estaba postrado sobre el maldito piano.


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