Debajo de la cama

Como pude, me forcé a alejarme de ese hombre en la cafetería. Me esforcé en caminar hacia adelante sin mirar atrás, pero era difícil. Mis rodillas se doblaban cada tres pasos y un dolor horrible me quemaba en el pecho. 

Sabía que estaba lejos de él. Tal vez ese tipo ni siquiera era quien yo creí que era, y aunque sí hubiera sido él, yo sabía que no me seguiría pues era imposible que me hubiera visto. De eso estaba segura. 

Aunque...

¿Qué puedo saber yo de seguridad? Una vez dije que estaba segura de amarlo. Una vez dije que estaba segura que iba a ser feliz con él. 

Pensaba que lo amaba aún viendo mi rostro hinchado en el espejo del baño. Cuando lloraba de dolor en la ducha, pensaba en nuestra primera cita. 

A veces, en la oscuridad, cuando yacía tirada en el suelo de nuestra habitación, soñaba con acurrucarme debajo de la cama, pero sabía que no podía hacerlo. El espacio era muy estrecho para mí. "Ahí es solo se pueden esconder las niñas asustadas" me decía a mí misma con un susurro. "Yo soy una adulta". Al menos eso sentía a veces. 

Empecé a verlo en todos lados. A escucharlo. Incluso podía oler su loción en la calle. 

Me decía a mí misma que dejara de ser una tonta y que siguiera caminando. Era entonces cuando él aparecía frente a mí de repente. Sonriendo y tomándome del brazo. 

"¿No ibas ya a la casa" - me decía sonriendo. 

"Sí, pero solo quería—"

Su sonrisa se había ido (¿tal vez nunca había estado sonriendo?). Sus ojos se nublaban y su mano me apretaba con fuerza. 

“No, no importa ya.” Le decía sonriendo con dolor. 

Y así, nos "íbamos" a casa juntos. Para cuando abría la puerta, yo ya no podía hablar. Para cuando la cena estaba lista, un paño era lo único que paraba el sangrado de mi nariz. Para cuando era hora de dormir, él ya había abusado de mí en la sala. 

En la madrugada, mientras él dormía a mi lado, yo pensaba en tirarme al suelo y rodar debajo de la cama. Soñaba con quedarme ahí para siempre. 

Cuando era niña, pasé años temiéndole al monstruo que estaba bajo la cama. Ahora, de adulta, solo quería huir del que dormía sobre ella. 

Pero no podía huír, ¿cierto? ¿Por qué?

“Eres mía” me susurraba al oído cuando sabía que finalmente me estaba quedando dormida. 

Y esas palabras, más que los golpes, se quedaron conmigo por más tiempo. En algún punto, no sé en cuál, yo simplemente empecé a creerlas.

Comentarios

Entradas populares