La cena

Los llantos habían cesado finalmente.
Ambos padres vieron con rostros cansados, pero llenos de dulzura, como el pequeño empezaba a cerrar los ojos, su pequeño pulgar metido en su boca, sus mejillas sonrojadas por el llanto. Él era tan tierno, tan frágil.
Cuando el pequeño se quedó finalmente dormido, lo pusieron cuidadosamente en su cuna, el juguete de estrellas y soles colgaba sobre él. El niño soltó un pequeño bostezo y estiró sus brazitos una última vez y se quedó quieto. Dormido al fin.
Ambos padres sonrieron y entendieron que todo estaría bien, a pesar de los problemas y del cansancio, ellos iban a estar bien. Los tres lo iban a estar.
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La luna flotaba majestuosa en el cielo de octubre, el viento hacía temblar a los árboles con hojas moribundas. Una que otra rata se escurría entre las alcantarillas y botes de basura. Él observaba la ventana con la luz encendida, observaba las siluetas de ambos padres meciendo la cuna. Observaba con sus ojos amarillos; su piel gris y perfecta, su nariz puntiaguda y su lengua saboreando entre sus dientes filosos. La luz en la habitación se apagó finalmente y ambos padres salieron de la habitación. Él sonrió siseando con su lengua viperina. Sus enormes ojos amarillos se agrandaron estirando más su piel. Sus colmillos brillaban tan blancos como la luna.

La cena estaba servida.

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