Autor anónimo

Debo escribir, es una obligación una necesidad. Una maldición.
Al principio era ligeros mareos pero poco a poco empezaron a ser enormes y turbulentas jaquecas, como alguien martillara las paredes de mi cráneo y taladrara mi cerebro. Nadie podía ayudarme, nadie sabía cómo. Hasta que encontré una pluma, tinta y papel. Mi mano se movía desenfrenada como si una enorme corriente pasara por mis venas, el dolor en mi cabeza se drenaba a través de mis dedos y se esparcía sobre el papel. “El hombre bajo el puente” “La niña rasgando madera” “El aroma bajo las flores” Relato tras relato, historias cada vez más enfermas y sangrientas. A la gente les encanta, puedo ver en sus miradas una chispa de placer morbos y malévolo mientras se atragantan con mis sucias palabras, sangre, asesinatos, desmembramiento, odio y venganza, miedo y tristeza. Me detesto tanto, debería detenerme, pero escribir esos horribles relatos es lo único que evita que esos hombrecillos martillen mis sesos.
Las voces de todas las personas hablan a mis oídos, puedo escuchar sus gritos de dolor, sus lamentos mientras sus miserables vidas escurren de sus entrañas. Pero debo escribir, debo contar sus historias por más grotescas que sean…
“Él la había estado observando desde lejos toda la mañana, mil ideas había pasado en su cabeza, una extensa película pasaba frente a sus ojos, retorciendo la realidad y pintando el mundo con colores pálidos y formas excéntricas. La pequeña salió de casa con una muñeca de cabello dorado entre sus brazos. Su rostro hermoso sin necesidad de maquillaje, sus ojos brillantes y llenos de vida…Él sonreía…sus manos en su entrepierna…el cuchillo en su bolsillo. Él empezó a caminar y cuando ella lo vio ya era demasiado tarde, y cuando él había terminado…tomó la muñeca del suelo, su cabello dorado manchado con sangre y tierra.”
Su nombre es Rafael, tenía treinta años, le encantaban las niñas. ¿Por qué lo sé?, porque él me lo dice mientras relata con detalle y excitación cada uno de sus actos. Mi mano se arrastra sobre el papel, independiente del resto de mi cuerpo. Debería decirle a sus padres, pero ¿quién me creería? Él está muerto ya, al igual que todas ellas.
Todos están muertos y todos quieren contar sus historias.
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