Imagina

Vas caminando por la calle después de las nueve de la noche, el invierno ha pegado fuerte esta temporada, cruzas la calle casi sin preocuparte en ver a los lados, la calle a esas horas esta desolada. El viento helado sopla directo a tu cara llevando polvo a tus ojos, intentas cubrirte con tu brazo izquierdo mientras sostienes tu maletín con el brazo derecho. Por un momento no puedes ver nada más que la manga de tu chaqueta, de un momento a otro estás en el suelo. Tropezaste con algo y no pudiste poner tus pies firmes en el suelo. Soltaste el maletín, éste se abrió sin problema y ahora todos tus documentos han salido volando. Mientras intentas atrapar las hojas de papel que quedaron volando al alcance de tus brazos, miras sobre tu hombro y ves con lo que tropezaste hace un momento. Un hombre yace tendido en la calle.
El cuerpo está apenas iluminado por la opaca luz que sale del poste a pocos metros adelante. Te agachas para recoger el maletín y meter todos los papeles doblados en él, miras de nuevo al bulto tendido en el suelo, parece más una bolsa llena de basura que un hombre. Un escalofrío recorre tu espalda, el vello en tu cuello se encrespa de repente, no es por el frío y tú lo sabes. Estás aterrado.
Te acercas al tipo, es sólo un pobre vagabundo, es lo primero que piensas. Pero, ¿Por qué no se movió ni un poco cuando yo lo pateé por accidente?, ¿Por qué no reaccionó cuando prácticamente le caí encima?, piensas. El pobre hombre debe estar desmayado por el alcohol o las drogas que de seguro inundad sus venas. Debes irte, no hay nada que hacer aquí.
Antes de que puedas empezar a caminar, notas algo, un aroma que no habías sentido segundos atrás, no lo habías notado en absoluto más sin embargo ahora parece estar por todos lados, como si alguien lo hubiera rociado con una lata en aerosol. El aroma es rancio y poderoso, no es el típico hedor de la calle o de alguien con pésima higiene, no, es el hedor de la putrefacción. Algo…algo que ya no está vivo, algo ¡NO!, le gritas a la voz en tu cabeza. Una alarma empieza a sonar en tu cerebro, algo está muy mal. Observas el cuerpo nuevamente, su ropa –de esperarse –está desgarrada y mugrienta, pero bajo las telas, el cuerpo parece estar en una posición demasiado incómoda. Tus manos se sienten entumecidas. Alguien está viéndote, en algún lado de esta oscura calle, alguien te está viendo.
La alarma en tu cabeza suena y suena sin control, tu cerebro parece de repente el doble de grande, la sangre se ha cuajado en tu rostro y tus pies se han vuelto trozos de hueso clavados al suelo. Debes irte, estás a punto de morir y si te quedas parado en la calle como un idiota, vas a morir.
Tomando toda la fuerza de voluntad que te queda, giras, por un breve momento miras frente a ti a una horrible criatura, sus ojos rojizos brillan con una rabia enfermiza, una lengua larga y negra cuelga fuera de su hocico y sobre una hilera de dientes feos y filosos. Cierras los ojos y al abrirlos de nuevo, no hay nada, obviamente.
Finalmente empiezas a caminar, lo último que necesitas es que un ladrón salga y te robe lo poco que tienes, eso es, camina, lento pero seguro. Aléjate del tipo, sal de la calle. El olor se ha vuelto insoportable y tu cabeza no deja de tumbar. Sólo debes llegar al final de la calle, al doblar en la esquina verás una parada de autobús, y ahí un par de taxis de seguro estarán esperando.
Intentas correr, pero la calle empieza a girar frente a ti, las paredes y postes se mueven de arriba hacia abajo, izquierda a derecha, los colores pareces escurrir como agua; además el aroma, ese maldito aroma a descomposición no se va, quieres llorar, estás aterrado y sabes que vas a morir esta noche.
Caes al suelo con los ojos cerrados, no puedes seguir viendo como el mundo frente a ti se derrite. Un pequeño trozo de cristal se ha incrustado en tu rodilla, pero no importa porque eso es lo último en tu mente.
Escuchas algo al fondo de la calle, justo donde estabas segundos atrás, justo donde el hombre yace inmóvil. Debes levantarte y correr, tu voz se ha ido por lo que gritar ya no es una opción, debes correr y buscar ayuda.
Debes…debes salvar la vida que de pronto se ha vuelto tan preciada.
Me quedaré aquí, decides, esperaré a que todo pase, luego me iré a casa. Y así decides quedarte en el suelo, acurrucado y aterrado. En silencio empiezas a llorar.
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Ahora imagina:
Tus ojos se están cerrando y tu cabeza cae poco a poco hacia adelante, te despierta el sonido de la bocina, miras las ojeras bajo tus ojos reflejadas en el espejo. Es hora de ir a casa, con este frío nadie pasará ya por ésta calle. Enciendes el motor y empiezas a dar vuelta, ya ni te preocupas en encender el pequeño letrero de TAXI. Avanzas lentamente por aquella oscura calle, las luces iluminan la basura y botellas rotas, el grafiti en las paredes y frases obscenas. Un escalofrío recorre tu espalda, piensas en detenerte. De repente se vuelve una urgencia detenerte. Pero no lo haces, estás cansado y tu esposa te espera, así que sigues avanzando.
Antes de llegar a la esquina, ves algo, las luces del auto dibujan dos siluetas oscuras tendidas en el suelo. Apenas y puedes distinguir si son personas o algo más, ambos están junto el uno del otro, un horrible aroma empieza a marearte. Pero aun así sigues avanzando. Un par de vagabundos, piensas, juntitos y pasando el frío. La idea te hace reír y olvidas el horrible hedor, olvidas el miedo que baja por tu espalda y la alarma que suena en tu cabeza. Sigues avanzando, sólo quieres irte a casa.

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