Hola, mi nombre es Juan






Su espalda lo está matando, Lester puede sentir como su columna lo reprende por todo el dolor, pero eso está bien, el trabajo ha terminado.
Lester sacude la tierra de sus manos y rodillas, observa el montículo de tierra en el jardín, el olor a sudor y sangre lo hicieron vomitar un par de veces, pero al fin terminó. Descuartizar el cuerpo y enterrarlo le tomó más tiempo del que pensó, ahora sus ojos se sienten hinchados y a punto de sangrar.
La noche está tan tranquila, los árboles se ven tan sombríos sin viento que agite sus hojas, su único testigo es la luna, aquella magnífica esfera flotando en la oscuridad del espacio, tan tranquila e inquietantemente brillante. Lester se queda parado en medio del jardín, viéndola, él apenas y aprendió a leer y escribir, pero al ver la luna, su cabeza se llena de palabras que su boca no puede expresar, por un momento se olvida de todo, el dolor en su espalda y cabeza se esfuma, puede sentir a la luna llevándolo, levantándolo del suelo con su fuerza, su brillo se siente tan bien, aún en sus ojos irritados.
Pero antes de que Lester pueda alcanzarla escucha algo. Su mente regresa de un golpe a la realidad y todo el dolor en su cuerpo despierta con aún más fuerza, sus sienes laten como si su cerebro estuviera hirviendo en los jugos de su cabeza, sus labios se sienten secos y agrietados como el suelo de un desierto. Lester observa nuevamente el montículo de tierra frente a él, piensa en el bastardo que está ahí abajo, su cabeza metida en una bolsa al lado del torso mientras que sus brazos y piernas están envueltas en las sábanas que usó para limpiar la sangre. Lester sonríe, ya debe haber empezado a pudrirse, piensa Lester, entonces escucha aquel sonido otra vez.
  Toc toc toc
Lester voltea hacia la casa tan rápido que su hinchado cerebro parece rebotar dentro de su cráneo, Lester cierra los ojos, sus manos huelen a gasolina. Toc toc toc, son las dos de la madrugada y alguien está tocando mi maldita puerta, piensa Lester, necesita un trago, puro y que lo haga dormir todo el día. Lester entra a la casa, el suelo de madera parecer gritar de dolor al sentir el peso de sus grandes pies, algo parece atorado en su garganta, como si se hubiera tragado una manzana entera.
  TOC TOC TOC
Lester se queda a medio camino, observando la puerta, la peste en su ropa parece más fuerte, la imagen de aquel tipo pudriéndose y llenándose de gusanos lo hacen sentir muy enfermo en lugar de feliz, intenta tragar saliva, pero la manzana en su garganta apenas y le da espacio para succionar aire.     
 Toc toc toc...toc toc toc…TOC TOC TOC
Arrastrando sus pies los últimos metros, Lester llega a la puerta, asoma su ojo derecho por la mirilla, su corazón cae hasta el fondo de su estómago, muerto como una piedra. Él está ahí.
Lester levanta la vista, ahora su saliva sabe a gasolina. Frota sus ojos con la manga mugrienta de su camisa y mira otra vez, esta vez usa su otro ojo.
Él sigue ahí, parado en su pórtico, sonriendo mientras sostiene aquel maletín. Lester estira su brazo para alcanzar su rifle, su fiel compañero en aquella vieja y olvidada granja. Quita el seguro y abre la puerta.
Aquel hombre sigue parado inmóvil en el pórtico, su camisa blanca y bien planchada, una corbata de mal gusto cuelga recta sobre su pecho, sus zapatos lustrados ahora manchados con tierra, sus pantalones negros y bien hechos. En su mano sostiene un viejo y feo maletín color café. Lester se queda mirándolo, intenta lamer sus labios agrietados, pero su lengua está igual de seca. El hombre estira sus labios aún más, mostrando unos dientes blancos y algo torcidos. Lester sujeta su rifle con más fuerza, sus ojos se van hacia aquella brillante etiqueta prendida en el bolsillo de esa blanca camisa: «Hola, mi nombre es Juan»
  Lester abre un poco más la puerta, su corazón aún sigue petrificado en su estómago, con sus manos rígidas le muestra al hombre su rifle por completo.
  —Buenos días —le dice el hombre sin perder su sonrisa y sin notar el arma frente a él. -He venido a hablarle de nuestro señor y salvador Jesucristo y también para hacerle una invitación para que nos acomp—
  Antes de que el hombre pueda decir más, antes de que levante y abra su feo maletín para mostrarle esos malditos volantes, Lester jala el gatillo y le dispara en la cara.
  La cabeza del tipo se va hacia atrás con violencia, Lester escucha el sonido del disparo como si hubiera estallado en su cabeza, trozos de cuero cabelludo y sesos sales disparados de la parte trasera del cráneo, esparciéndose sobre su césped reseco. El hombre cae de golpe al suelo levantando una pequeña nube de polvo, su mano aún aferrada al maletín. Lester se queda en el pórtico, sosteniéndose de la puerta.
Finalmente, Lester baja poco a poco los escalones del pórtico, camina al lado de aquel pobre bastardo, se agacha sintiendo su espalda protestando de nuevo, arranca la pequeña etiqueta con su saludo impreso «Hola, mi nombre es Juan» y la lanza hacia el campo de milpa seca, justo como lo hizo con todas las otras.
 Se levanta lentamente como si fuera un anciano a pesar de tener no más de cuarenta, sus ojos observan el rostro (o lo que queda de él), la bala se llevó la nariz, el ojo derecho y gran parte del tejido y músculo, su ojo izquierdo entreabierto lo hace ver como si estuviera luchando con el sueño, su boca ahora sin labios forma un mueca mostrando todo su interior, sus dientes pelados y manchados como diciendo "mire como me ha dejado, mire, mire, ahora no podré hablarle a la gente sobre nuestro señor Jesús...mire MIRE"
  Lester vomita lo poco que le quedaba en el estómago sobre la blanca camisa del hombre, sangre le empieza a salir de la nariz.
No hay nadie que viva cerca de aquella granja, ya nadie busca vivir en el campo, todos quieren estar amontonados en los edificios de concreto y acero, viendo televisión y engordando. Lester nunca quiso esa vida, por eso cuando su esposa se ganó un pequeño premio en la lotería y quiso que se fueran a la gran ciudad con sus pequeñas, Lester se negó, pasaron meses discutiendo, hasta que un día él la golpeó en la cara y le dijo que si tanto quería vivir en la ciudad, que se fuera, podía llevarse a las niñas también, a la mierda con todas, si querían podrían prostituirse para así mantener su estatus allá. Sin decir nada más, ellas se fueron.
  El día siguiente fue la primera vez que Lester escuchó aquellos toquidos. Toc toc toc
Lester despertó de repente, no sabía dónde estaba, hasta que sintió aquella peste a vómito y...algo más. Se levantó, estaba en el suelo de la sala.
Miró a su lado y el tipo estaba ahí, su cabeza torcida en un ángulo incómodo, su cuello se había quebrado. El agujero en su cabeza ahora lucía opaco y maloliente, la mueca sin labios aún le decía «mire como me ha dejado...MIRE MIRE MIRE» Era hora de trabajar, otra vez.
  Lester fue en busca de su hacha, ella también es mi fiel compañera supongo, pensó, sintiéndose como si hubiera tenido la peor de las parrandas. Caminó hacia el cadáver, alzó su hacha para cortar su cabeza y ahí escuchó de nuevo. Toc toc toc.
  Su hacha se resbaló de sus manos, su corazón se hundió de nuevo. TOC TOC TOC, Lester caminó hacia la puerta, esta vez sin mirar por la mirilla, él tenía una idea de quien podría ser.
  Abrió la puerta. Él estaba ahí, su camisa blanca, corbata de mal gusto, maletín feo y gastado, sonrisa amable y estúpida.
—Buenos días —dice él sonriendo aún más. -He venido a hablarle de nuestro señor y salvador Jesucristo y también para invitarlo a que nos acompañe y se una a nuestra iglesia, verá en estos días de tanto...
  Lester se queda mirándolo mientras habla, lo mira mientras el tipo levanta su maletín para sacar unos volantes que hablan sobre como el día está cerca, mostrando a un Jesús alegre y cargando a una pequeña. Lester mira el maletín abierto, es del mismo color feo del que yace a pocos metros fuera del pórtico, el que está al lado de la mancha de sesos y sangre. Lester mira de vuela a la sala, mira el cuerpo retorcido, el cráneo destrozado "ahora no podré hablarle de nuestro señor Jesús, mire como me ha dejado usted..."
Lester empieza a sangrar de la nariz nuevamente, vuelve su mirada hacia el hombre en el pórtico, su sonrisa bien abierta, la brillante etiqueta en su camisa con su saludo impreso «Hola, mi nombre es Juan».
  —Eeh, disculpe —dice Lester, pero el hombre no deja de hablar — ¡OIGA! —el hombre se detiene, sus ojos brillando bajo el sol de la mañana, sus dientes blancos y torcidos recién cepillados— ¿Si?
 —Eeh, deme un momento, necesito mostrarle algo —dice Lester juntando la puerta sin cerrarla, el hombre se queda quieto, sosteniendo sus bonitos volantes.
  —Espere sólo un momento —dice Lester mientras limpia la sangre que sale de su nariz, el hombre no dice nada, solo asiente como un niño pequeño.
Decide cerrar la puerta, se queda mirando a la sala, a la hacha al lado de maltrecho cadáver.
 «Oh Luna, llévame contigo ésta noche...» piensa Lester.
Empieza a caminar lentamente en busca de más balas para su rifle.

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