Arañas


Lo primero que Jacob sintió cuando finalmente pudo abrir los ojos, fue el horrible dolor en su pierna. Era como si alguien estuviera clavando un tenedor en lo más profundo de su carne, llegando maliciosamente hasta el hueso y retorciendo cada uno de los nervios.

La noche ya había sido mala para Jacob; había tenido lo que parecía un interminable pesadilla. En ella, él se encontraba en su misma habitación, acostado sobre su misma cama y rígido como una tabla. Como en los sueños, los bordes de las cosas eran difusos como cuando alguien pasa su dedo sobre un línea de tina recién hecha en una hoja de papel, lo único que él podía mover (ligeramente) era su cabeza. Él sabía que era un sueño, uno sabe cuando lo es, pero aun así él no podía evitar la maligna sensación de peligro. 
 La habitación estaba iluminada de repente por un enfermizo color rojo brillante, era como tener una hoja de papel celofán sobre tus ojos, Jacob le ordenaba a su cuerpo que despertara pero él sólo podía sentir a lo lejos la sensación de las sábanas sobre su cuerpo.
Entonces la puerta empezó a abrirse lentamente y produciendo el mismo sonido de una reja vieja y oxidada. La oscuridad del otro lado empezó a colarse dentro de su habitación. Jacob estaba gritando pero sus gritos sólo se oían en el mundo real y él estaba solo en su casa. Era inútil.

Una enorme araña del tamaño de un perro empezó a arrastrase dentro de la habitación; la araña parecía estar cubierta por una curtida capa de piel humana, al final de cada una de sus ocho patas había una deforme mano humana; los dedos mal formados señalaban en todas direcciones y retorciéndose. Jacob entonces miró hacia otro lado pues a pesar de saber que era un sueño creía que ver a esa deformidad por más tiempo lo llevaría a la locura. Pero la araña subió lentamente a su cama y en un instante él estaba de frente a esa infernal criatura. Jacob se vio brevemente reflejado en los muchos ojos negros de la araña. La araña entonces empezó a abrir su quijada revelando un enorme aguijón. "Oh Dios" dijo Jacob mientras el aguijón se extendía más y más. Ahí fue cuando él despertó.

No tuvo tiempo de suspirar aliviado, ni tampoco pudo observar el tranquilo brillo que traen las mañanas después de un mal sueño. Jacob sólo pudo sentir dolor, tan fuerte y desgarrador que por un momento creyó que su pierna había sido arrancada con todo y hueso. Como pudo se levantó apoyándose en sus codos, no había sangre y la pierna seguía ahí. Una marca negra perfectamente redonda sobresalía en el muslo; la marca tenía el tamaño de una tapa de gaseosa y la piel alrededor estaba hinchada y enrojecida. "Algo se está moviendo. ¡Oh Dios! ¡ALGO SE ESTÁ MOVIENDO!" 
Jacob no pudo correr, no pudo gritar como loco pidiendo auxilio. Él simplemente se quedó en su cama con la boca abierta y sus ojos desorbitados. En su pierna algo sí se movía, y poco a poco la piel se fue abriendo desde adentro como la capa de aluminio en una lata de Pringles. Un puñado de diminutas patas negras se abrieron paso desde su interior. Docenas salieron de su pierna, muchas otras empezaron a brotar fuera de su boca abierta. En pocos minutos los ojos habían sido devorados desde adentro y más arañas salieron de las cuencas vacías. Las malditas salían por todos lados, de su nariz, de sus oídos y muchas otras acortaron el paso desgarrando su garganta y su estómago. 
  El cuerpo de Jacob estaba cubierto por una capa negra de bichos que lo devoraban. Al cabo de una hora, bajo la pijama sólo había un esqueleto cubierto con unos cuantos trozos de piel, carne y cabello.

En poco tiempo las arañas encontraron una grieta en la ventana de su habitación por la que salieron como si nada hacia la tranquila calle. Y así encontraron el mundo fuera de las pesadillas.


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