Acepto
—Acepto...
Esa palabra ha estado conmigo desde el momento en que
la escuché decirla. Fue ahí cuando supe que mi vida iba a cambiar, que yo podía
tener una vida feliz. Así debía ser. Debía...
«Apuesto que no durarán ni un mes»
«En que estaba pensando ella cuando aceptó a alguien
como él»
«Pobre imbécil, sé que no le durará el sueño...»
Malditos, siempre lo supe, podía verlo en sus rostros,
todos bien vestidos, elegantes, bonitos.
Siempre supe lo que pensaban, todo era tan claro como
si lo gritaran en mi cara. Cada vez que los veía ellos empezaban a
gruñir, a ladrar. Los perros que siempre han habitado mi interior desde
que era niño. Ellos siempre me acechaban, buscaban consumirme, cada vez que
encontraba a alguien a quien consideraba hipócrita ellos me llenaban con su
rabia. Para cuando cumplí treinta no había conocido a nadie que no causara que ellos
se alborotaran en mi interior como una jauría rabiosa. Siempre enojados,
ladrando. Hambrientos.
Pero ella llegó a mi vida, y todo cambió.
Si tan solo hubiera durado para siempre...
Ella era (¡es, no lo olvides!) tan hermosa, y mucho
más, ella me amaba y yo a ella.
Ella me mostró (y a ellos) que se puede ser
feliz, que siempre hay alguien en el mundo para tí, sin importar como eres.
Desde el momento que la conocí no hubo ladridos, gruñidos, ni rabia resonando
en mi interior. Ellos se callaron desde el principio, y mientras ella
estaba cerca ellos nunca volvieron a molestarme. Yo era feliz. Feliz de verdad.
Durante los meses que fuimos novios todo parecía estar
cubierto por una fina niebla que ocultaba lo sucio y despreciable de las
personas que me rodeaban, una que otra vez uno de los perros rasguñaba
mis entrañas como si quisiera salir, pero solo tenía que tomar la mano de mi
amada y él volvería a agachar su cabeza y guardar silencio.
«Nunca serás más que un estorbo» escuché decir a su
madre muchas veces, no en voz alta, pero sus ojos me lo escupían cada vez. En
muchas ocasiones esas palabras me llenarían de tanta rabia como para vomitar.
Pero yo ya no era así, los perros yacían moribundos en mi interior, yo
era feliz, ella era feliz. Los demás se podían ir al carajo.
Nunca entendí como ella podía amarme, ella era (¡ES!)
tan hermosa, amable y genuina conmigo, temía que todo era un sueño, temía que
un día llegaría a nuestro apartamento y encontraría una nota diciendo ¿EN
SERIO PENSASTE QUE ERA CIERTO? JAJA IMBÉCIL. POR QUE NO NOS HACES UN FAVOR Y TE
MUERES, ¿PODRÍAS? MI MADRE DICE QUE NO ERES CAPAZ NI DE ESO. ADIÓS, GRACIAS POR
LAS CENAS Y ROPA. JÓDETE
Lloro al imaginarlo. Pero también sonrío, pues nunca
pasó. Y el día en que ella aceptó ser mi esposa supe que jamás pasaría. También
supe que ellos finalmente morirían. Ojalá hubieran muerto...
El día era brillante, cálido. Los perros aullaban
agónicos, yo temblaba, sudaba en mi traje negro. Las miradas eran intensas, las
voces también.
«IMBÉCIL» «OJALÁ ELLA SE HAYA DADO CUENTA YA DE SU
ERROR Y AHORA ESTÉ EN CAMINO A OTRA CIUDAD, A UNA MEJOR VIDA»
Quería gritarles que se callaran, decirles que se
fueran y nos dejaran solos, la boda sería entre ella y yo, nada más, sin tanta
porquería. Pero no podía hacer eso, toda su amada familia estaba ahí, nadie de
la mía por supuesto. Pero ella los amaba a todos así que guardé silencio.
Las puertas se abrieron y ella entró vestida de
blanco, sonrojada y feliz. Todo pasó tan rápido, como si me hubiera
desconectado por un momento al ver que mi sueño era real.
—Acepto —me dijo sonriendo, sus ojos a punto de estallar
en lágrimas de alegría. Los perros arañaban mis entrañas débilmente,
entonces el sacerdote me hizo la gran pregunta. Y ellos me dejaron en
paz. Al menos durante siete meses.
El trabajo iba bien, mi jefe era un idiota (como
todos) pero ganaba bastante para viví bien, mi salud era ideal, no sobrepeso,
no insomnio. Perfecto.
— ¡Estoy embarazada!
Entró corriendo a la habitación, yo estaba viendo
televisión. Ambos saltamos en la cama como un par de niños, y luego dormimos
abrazados toda la noche. Yo lloré tanto, era increíble. Demasiado.
Entonces entre el sueño y la realidad vi como una
enorme mariposa negra se posó en la ventana de nuestra habitación. Mis lágrimas
de alegría se tornaron ácidas.
Siete meses duró el resto de mi vida.
Mi existencia siempre se basó en sobrevivir día a día
la miseria que me rodeaba, de evitar ser devorado por los perros. Vivir
empezó desde el día en que ella entró a mi vida hasta el día en que todo se
apagó...
—El conductor iba a excesiva velocidad, ebrio, perdió
el control del autobús hasta estrellarse contra una multitud...
Una víctima, o dos mejor dicho. De todas las personas
en esa multitud, una mujer sufrió más daños. Increíble ¿cierto?
No quiero recordar nada más de lo que aquel hombre en
bata blanca me dijo. Sólo sé dos cosas:
Mi hija (ella me lo había dicho semanas antes como una
sorpresa) había muerto.
Mi esposa sobrevivió, físicamente al menos, su esencia
se había ido permanentemente.
Quería gritar, llorar, patalear en el suelo como un
niño, quería insultar a Dios, nunca fui un santo, pero ¿por qué yo?, ¿por qué
ahora que finalmente era digno de vivir?
Pero no grité ni lloré. No le iba a dar el gusto a Él
o a ellos o a los perros.
Pero los perros se dieron gusto, todos juntos
despertaron y chillaron, como hienas riendo ante una presa moribunda.
Hambrientas como jamás lo habían estado...
«Lo lamento tanto...»
«Cualquier cosas que necesites aquí estoy...»
«Estas en todas mis plegarias...»
Malditos...
Bajo sus tontas expresiones de tristeza y pena, podía
ver sus enormes sonrisas, sus ojos brillantes esperando que cayera de rodillas
y rogara por un poco de su suerte, de su felicidad.
¡Jamás!, podía escuchar a mi jefe riendo a carcajadas
en su oficina, girando en su silla que soportaba su enorme trasero. A la hora
de mi almuerzo tomé mis cosas y me fui. Que se jodan.
Mi amada yacía en nuestra cama, quieta, con cables
conectados a su cuerpo como una especie de experimento en progreso. Su madre siempre
metida en nuestra casa —«TODO ES TU CULPA, MALDITO»
Los perros ladraban
más fuerte, mucho más fuerte. Y yo estaba tan enojado que podía sentir el
vómito en mi garganta.
—Váyase y no vuelva. Déjenos solos. ¡VÁYASE! —mi voz
era débil, pero el chuchillo en mi mano hizo que mis palabras fueran tomadas en
serio, ellos movían sus colas complacidos.
Pálida y aterrada, ella se fue. Pero vendría, ooh sí,
ella y todos vendrían.
Me tomarían del cuello y me pondrían en medio de la
calle, todos juntos en un círculo, observando y riendo y escupiendo. Y en medio
de la celebración alguien o todos me dispararían una y otra y otra vez como a
un perro rabioso. Mi sangre correría en el sucio pavimento y ellos bailarían
sobre mi cadáver. Y luego se la llevarían.
¡NO!
Corté los cables y los aparatos que se aferraban a su
ahora pálido cuerpo, los llevé al jardín y los hice arder.
Tomé a mi amada en mis brazos como en el día de
nuestra boda, la llevé al auto y nos fuimos dejando atrás nuestra casa envuelta
en llamas. Junto con el resto de mi vida...
...Y aquí estoy, en la oscuridad de ésta cabaña. Una
podrida cabaña que una vez perteneció a mi familia, nadie sabe de ella, y eso
la hace perfecta.
Cerré todas las ventanas, las puertas, todo
fuertemente clavado para que nadie entre, y nadie salga.
No sé cuánto tiempo he estado aquí, días, semanas tal
vez. Dejé de ver el sol desde el día que la traje.
Ella ya murió, lo sé, puedo sentir su cuerpo helado
entre mis brazos. He yacido en el rincón con ella desde entonces abrazados como
aquella dulce noche. Dejé de comer y de beber, no podía de todas formas, los
perros finalmente tomaron el control, ya no me dejaron probar alimento o
bebida alguna, vomité cada bocado junto con sangre.
Así que aquí estoy, con mi amada.
He querido asomarme por la ventana, tratar de mover
una tabla chueca y dejar que la luz entre. Pero temo que la luz dejaría ver a
mi amada en descomposición, me mostraría su bello rostro pudriéndose y cayendo
a pedazos, sus labios rojos ahora de color gris, sus ojos color miel ahora
blancos y vacíos. Su sonrisa alegre ahora sería la eterna mueca que la muerte
deja en un cadáver. Lo sé bien pues el olor se ha vuelto insoportable.
Pero la amo, así que el mundo exterior se puede ir al
carajo.
Me quedaré aquí, recordando el día de nuestra boda una
y otra vez, mientras los perros devoran mis entrañas lenta y
dolorosamente, me quedaré aquí en la oscuridad, abrazando a mi amada, hasta que
yo muera y me pudra, y cada uno de esos malditos perros muera y se pudra
conmigo.
Así que lo diré de nuevo mi amor...
...Acepto...
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