le plus délicieux



Siempre lo veía comiendo insectos; cada vez que me asomaba por la ventana, ahí estaba él, de cuclillas y con el cuerpo desnudo y mugriento, comiendo cucarachas o cualquier bicho que pasara frente a él. A veces podía escuchar los crujidos cuando él los destripaba en su boca, aunque tal vez sólo era mi imaginación.

Mis padres ya le habían dicho a la policía sobre el hombre que se pasaba afuera de nuestra casa comiendo insectos, pero para cuando la policía se dignaba a pasar, él no estaba ahí. Él era como una rata que sabe cuándo esconderse de «los humanos».
Mi madre me había regañado muchas veces porque siempre me encontraba despierto en la noche mirando a aquel hombre. Cuando vio que ya no lo hacía me dejó en paz, pero la verdad es que yo también había empezado a presentir cuando ella venía y me hacía el dormido. ¡Oh la emoción de hacer algo prohibido!

Nunca traté de hablarle, simplemente lo veía comer.

Una noche, después de haberse comido quién sabe cuántos grillos que saltaban fuera de nuestro jardín, él encontró algo oculto entre la alcantarilla. Metió su brazo por aquella estrecha rendija— ¡Dios, realmente era tan flexible como una rata!—y sacó un pequeño bulto gris y empapado de aguas negras. Al rato me di cuenta que era una rata porque empezó a balancearla sujetándola de la cola. La rata no se movía.

Normalmente mi boca estaba seca y mi lengua se sentía tan áspera como papel de baño, pero esa vez, aunque me avergonzó a un principio, empecé a babear.
Debería haber sentido náusea cuando el hombre comebichos le dio tremenda mordida a aquella rata, pero en vez de eso solo me pegué más a la ventana hasta el punto de casi romperla por la presión de mi cara contra el cristal. Aquel hombre empezó a chorrearse todo, era como si estuviera devorando una dona rellena de jalea. Ninguno de los insectos había crujido tanto como aquella rata muerta.
Abrí mis ojos aún más para poder grabar cada detalle, ¡Ojalá hubiera tenido una cámara! En pocos minutos no hubo nada, el hombre no dejó ni un pedazo de la rata, la cola la chupó como un espagueti, supongo que los huesos se habían suavizado por el proceso de descomposición. Supongo yo, no sé de esas cosas.

El hombre se chupó los dedos como un niño que quiere saborear los restos de su helado y luego susurró algo que no pude oír. Y así continuó por varias semanas hasta que, creo yo, la policía lo encontró y le disparó. Exterminado como cualquier rata.


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Bien, ya lo saben todo. Bueno, no todo, pero saben cómo empezó todo para mí.
Ahora si me disculpan, tengo que irme, acaban de poner una feria en el parque del pueblo y ¿Quién será el encargado de apagar las luces y vigilar que cada niño se vaya a salvo a su casa? Yo merito.

Y es que, honestamente, aunque después de probar insectos y ratas como lo hacía aquel lunático, no había alcanzado el nivel de satisfacción que aquel hombre parecía disfrutar, debía encontrar algo mejor —los perros y gatos saben un poco mejor, pero aun así no son le plus délicieux—pero creo que sé qué es lo que quiero probar ahora.




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