Bajo las vendas
El hombre
en la camilla seguía pataleando con fuerza cuando llegué.
Yo había recibido la llamada cerca
de las dos de la madrugada, era el caso de un hombre que había intentado
quitarse la vida prendiéndose fuego a sí mismo.
Él había
sido paciente mío sólo por un par de ocasione aunque su tratamiento no había
sido completado. El pobre tipo estaba trastornado, de eso estaba seguro.
Durante las
dos primeras consultas su comportamiento había sido bastante bizarro, al
hacerle una pregunta, él inclinaba su cabeza a un lado como si estuviera escuchando
algo, o si alguien le estuviera susurrando algo al oído. No había nadie por
supuesto.
En nuestra
última sesión, su comportamiento había empeorado. Ya no solo inclinaba la
cabeza, ahora le respondía a esa entidad que parecía existir a su alrededor. «No, no no no no no no» repetía varias
veces. «Oh Dios, no, no no no no no» repetía
una y otra vez ignorando completamente mis preguntas. Él sólo podía enfocarse
en su extraño diálogo.
«No, no, no, no no no no no, lo, lo si-si-e-e-ento
d-d-doct-t-tor, d-d-debo irme»
Intenté
detenerlo, pero el hombre salió corriendo de mi oficina tartamudeando y
repitiendo que «no lo haría». Intenté
buscarlo pero él se había esfumado. Hasta esa mañana.
Un par de
policías habían logrado verlo justo cuando él se vertía combustible encima, si
bien no pudieron detenerlo antes de que prendiera el fósforo y se lo echara
encima, sí lo habían salvado antes de que el daño fuera más grave.
Cuando lograron sujetar al pobre
hombre, que seguía pataleando, él les dijo: «Dr. Paez, p-por f-f-favor, el Dr. Paez»
Hacía dos
meses que había visto a aquel hombre, en ese entonces él parecía haber tenido
unos cuarenta años. Esa mañana él parecía pasar de los noventa. Una horrible
máscara de miseria envolvía su rostro. Jamás creí que los ojos de un ser humano
pudieran mostrar tanta desesperación. Tanto miedo.
Su pecho
estaba envuelto en varias capas de grueso vendaje, supongo que por eso las
llamas no habían causado tanto daño, aunque sí tenía una feas quemaduras en su
cuello y mejillas, la parte trasera de su cabeza había ardido también por lo
que se podía ver una calva con piel roja y con yagas.
Me senté a su lado, tratando de
ocultar mi sorpresa al ver un ser humano en tan deplorable condición.
«¿Por qué huiste ese día de mi consultorio?» le pregunté
«¿Por qué no volviste?, quería ayudarte.
¿Qué pasó?»
El pobre
tipo se quedó mirándome unos segundos, por un momento creí que no me quería
ahí, sus ojos estaban aguados como diciendo: «Oooh ¿por qué ha venido?» pero eso no tenía sentido, él me había
llamado.
Verlo
tratando de respirar resultaba horriblemente doloroso, parecía que el aire le
resultase venenoso. Él quería morir, eso era seguro. En ese momento pensé que
tal vez era su única salvación.
«Po-po-porque eso lo había elegido» me
dijo eso susurrando como su no quisiera que eso
lo escuchara, fuera lo que eso fuera.
«Escúchame, no hay nadie aquí más que tú y
yo, nunca lo hubo, esa voz que oyes en tu cabeza o a tu alrede—tomó mi
brazo de repente con la poca fuerza que le quedaba y dijo:
«Eso
no está en mi cabeza, ¡eso está en…en m-m-mi…» su rostro se puso en blanco,
sus ojos giraron hacia arriba mostrando sólo la parte blanca, su cabeza se fue hacia
atrás y él quedó con la boca abierta en una expresión de horrible sorpresa.
Intenté llamar a los paramédicos, él había muerto con su mano aferrada a mi
brazo. Aun así…algo parecía estar latiendo bajo las vendas en su pecho. No el
tipo de sube y baja que se da cuando
alguien respira. No, era…algo más, algo oculto bajo las vendas.
Giré su cabeza a un lado para que
sus ojos blancos no me siguieran apuntando, empecé a desenvolver los vendajes y
poco a poco el sube y baja en su pecho se hizo más rápido. Entonces escuché una
especie de zumbido que venía del pecho, era como si tuviera un panal ahí
debajo.
Mi pulso parecía haberse detenido,
podía sentirlo, mi boca estaba seca y me dolía la cabeza. Cuando removía la
última venda, pude verlo…eso.
¡Eso! ¡ESO!
Un enorme
tumor negro sobresalía en su pecho, un bulto oscuro y repugnante. Como un
enorme moretón o un enorme lunar.
Me quedé
ahí, observando como latía…como respiraba.
Entre más
lo veía más me daba cuenta que esa carnosidad estaba retorciéndose, moviéndose
con mente propia. Finalmente pude distinguir un rostro humanoide en esa
protuberancia.
Aquel
parásito estaba alimentándose de aquel pobre hombre, disfrutando de su carne y
fluidos. Pero él ahora estaba muerto.
Uno enorme ojo se abrió y empezó a
girar en todas direcciones como si no supiera en dónde estaba. En algún punto
el ojo se quedó quieto. Estaba mirándome. Entonces empezó a hablarme.
«Llévame…» escuché finalmente, al principio
sólo era un balbuceo como si diez voces diferentes estuvieran tratando de
hablar al mismo tiempo.
«¡LLÉVAME
CONTIGO!» todo estaba en mi cabeza, las múltiples voces gritándome,
ordenándome que las llevase conmigo. Pero el ojo era real…ese horrendo parásito
era real.
«¡TE QUIERO, TE QUIERO TE QUIERO TEEE QUIEEEROOOO,
TÓCAME Y LLÉVAMEEEE!» Mi mano estaba tan cerca del cuerpo, ni siquiera me
había dado cuenta. Ese espantoso ojo estaba viendo hacia arriba, palpitando con
una obscena emoción. Ya no necesitaría a aquel pobre hombre, me quería a mí.
MMMMMMMMMM zumbaba en mi cabeza, lo quería, me
di cuenta de eso. Yo lo quería, eso
me daría todo lo que quisiera, sería feliz con eso en mí.
«¡OH JESÚS!»
No supe
quién había gritado, reaccioné cuando me di cuenta que estaba en el suelo. Me
habían empujado.
Nadie nos
creyó. Yo, un psicólogo reconocido y ella, una enfermera con más de diez años
de experiencia. No importó, nadie quiso creer que ambos habíamos visto aquel
parásito en el pecho del muerto. Ella había visto aquel horrible ojo fijo en mí
cuando entró a la habitación. Ella me empujó y entonces ambos empezamos a
gritar.
Los
doctores al igual que la policía que llegó minutos después para ver el cadáver,
vieron el tumor en el pecho del sujeto, pero no hubo ningún ojo, ninguna mueca
mutante. No hubo zumbidos.
Cuando se hizo la autopsia y se
cortó aquel tumor, del que por cierto salió una enorme cantidad de líquido
negro y maloliente, vieron que había venas que se conectaban al corazón,
riñones y pulmones. Era una especie de cableado arraigado firmemente al cuerpo
del pobre hombre.
Era obvio
que aquello era más que un tumor, aun así no quisieron escuchar nuestra historia.
Pensé que
sería fácil olvidar todo el asunto. Sólo han sido un par de semanas. Pero hoy,
mientras salía de la ducha, noté algo; había sentido una enorme comezón detrás
de mi hombro desde hacía días, estaba en un punto donde mis ojos no llegaban,
pero hoy, al verme al espejo lo vi. Un pequeño lunar de carne que nunca había
estado ahí. Lo toqué y sentí como si estuviera tocando uno de mis ojos.
Ahora lo
entiendo…
El zumbido
ha empezado nuevamente.
Comentarios
Publicar un comentario