MOSTROS






Las pocas palabras que había aprendido; palabras como “tata”, “maa” o “gua”, no lo ayudaban a expresar el miedo que atormentaba su mente día tras día. Imágenes tan horribles que él no podía entender más sin embargo lo llenaban de una gran tristeza. Una tristeza que ni su tata podía calmar. De vez en cuando un tata diferente llegaba a casa a dejarle cajas a su maa. Él se ocultaba bajo la falda de su maa mientras el tata malo hablaba con ella; él podía ver gusanos entre sus dientes, bichos negros zumbaban como “jas” a su alrededor. Él lloraba y le pedía a su maa que lo alejara de ese tata malo, pero ella no escuchaba. Entonces el tata malo se inclinaba y él veía unos ojos amarillos en su cara, los gusanos se retorcían entre sus dientes. El tata malo hablaba como si el también fuera un “iño” y cada vez que él hablaba, él podía escuchar otros iños llorando; los iños gritaban y pedían auxilio desde la garganta del tata malo, ellos gritaban “¡Noooo Noooo Mamiii Maaaamiiii!” una y otra vez. Pero sus maas no llegaban, estaba solos con el tata malo. Él lloraba con más fuerza hasta que ella lo levantaba. El tata malo se iba después de un rato, él se iba sonriendo y los otros iños seguían llorando desde su interior.
En las tardes su maa lo llevaba al parque para que jugara con otros iños, su maa siempre se sentaba a hablar con una anciana que lucía como su “lala pero esa lala olía a pipi y tierra. Siempre rascaba sus piernas y más tierra salía de entre su falda. Ella lloraba y le decía a su maa que extrañaba al que él entendía era su “tata” o algo así. El olor a pipi siempre se hacía más fuerte cuando ella hablaba de él. La tierra que salía de entre sus piernas era negra y apestaba a pupu, había otro olor que él no lograba entender. Ella siempre decía que no sabía dónde estaba su tata, pero no era cierto. Su tata estaba en el jardín, y también estaba en un frasco bajo la cama. Ella besaba el frasco cada noche.
Su maa y su tata se preocupaban por él, decían que él tenía problemas y eso los ponía tristes. Él no quería ver a los mostros, pero ellos siempre estaban afuera; tatas con manos rojas y oliendo a fuego, maas y lalas con ojos amarillos y dientes negros. Ellos caminan y se ríen con los que no son mostros, siempre viendo a otros iños, lamiendo sus colmillos y saboreando. Él los ha visto sacando su lengua cuando él pasa. Todos ellos siempre están hambrientos. Él puede escuchar a los iños que ya han sido devorados y ahora viven en las panzas de los mostros. Los iños no dejan de llorar y gritar. Pero los mostros sólo sonríen porque nadie más lo sabe. Sólo él y él no puede hablar. No como su maa o su tata lo hacen.
Él duerme mucho. Él espera poder olvidar a los mostros. Una voz dulce le dice que lo hará, que algún día dejará de ver a los mostros pero que de esa forma él estará en más peligro porque no podrá verlos. Pero a él no le importa, él no quiere verlos. Así que esperará y esperará hasta que pueda hablar y hablar deseando que no tenga que hablar de los mostros. Él quiere ser feliz y vivir tranquilo como los tatas  y las maas lo hacen. Eso cree él. La voz de le dice que no es tan simple. Pero él no lo entiende por completo. Abraza a su “soso” y duerme. Duerme mientras el iño que dormía ahí antes que él llora y llora.

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