Cortes profundos.
Ramón miró al doctor con
preocupación.
El doctor revisaba sus brazos
cuidadosamente; las cortadas en la piel no eran profundas y parecían no ser más
que arañazos hechos ya fuera por un animal o por las ramas y espinas en un
arbusto.
Para
Ramón no era tan simple claro.
—¿Y
bien?
—¿Y
bien qué? —preguntó el doctor.
—¿Qué
pasa? —preguntó Ramón inquieto, las cortadas le picaban pero eso no era lo que
le molestaba.
Él
había empezado a notar pequeñas cortadas en su piel al despertar desde hacía
varios días, al principio pensó que era simplemente porque él era muy loco al
dormir, siempre moviéndose de un lado al otro en la cama, «Seguramente me raspé en la pared» pensó la primera vez, pero las
heridas se hicieron más notables al paso de los días.
Esta
mañana vio sus brazos y parecía que había tenido una horrible pelea con gatos.
—¿Estás
seguro de que no caminas dormido? —preguntó el doctor soltando el brazo de
Ramón.
—No,
estoy seguro y ya sé lo que está pensando…yo no me hice esto, no estoy loco y
no tengo pensamientos suicidas o deseos de automutilación.
—Lo
sé, no pareces un paciente con ganas de morir o que te satisfaga cortarte. Pero
honestamente no entiendo cómo puedes tener todas estas cortadas en ambos brazos
sin haber sentido nada durante la noche o sin una fuente o causa aparente.
Sabes, una vez tuve una paciente que creía estar poseída por el demonio y que
era por eso que ella amanecía en la calle en vez de su cama —Ramón lo miraba
con ojos atentos, como los de un niño. —Era obvio en aquel caso que ella
caminaba dormida, intenté decirle pero esa señora prefería creer que el Diablo
la tomaba de rehén cada noche para hacerla hacer quién sabe qué cosas.
Le recomendé unas pastillas para
dormir y las aceptó dudosa.
Al
día siguiente vino a verme, tenía los pies vendados y apenas podía caminar.
—¿Qué
pasó?
—Ella
puso una cámara en su cuarto y para ponerle una “trampa” al demonio, puso
tachuelas en la entrada de su cuarto.
—¿Las
pastillas no hicieron efecto? —Ramón se rascó disimuladamente las cortadas en
su mano izquierda.
—¡Ni
siquiera se las tomó! —dijo el doctor soltando una risa que no hizo sino
alterar más a Ramón.
—La
señora me mostró la grabación y en ella se veía claramente el momento en el que
ella se levantaba de la cama, dormida y sin consciencia realmente, abrió la
puerta y pisó la alfombra de tachuelas. Ahí mismo dio un grito que me hizo
saltar —el doctor sonrió, pero había algo que se movía detrás de sus ojos.
Ramón tuvo miedo.
—Entonces,
sí era sonámbula, ¿no? —dijo Ramón.
—¡Por
supuesto que sí!, ¿Qué más podría haber sido? —el doctor sonrió aún más
mostrándole sus blancos y bonitos dientes. Fuera lo que fuera que se movía
detrás de los ojos azules del doctor decía que él no se lo creía.
—Bueno
doctor, creo que mejor me voy. Gracias por la medicina para las heridas. Vendré
si algo más pasa.
—No
hay problema. —dijo el doctor. Ramón cerró la puerta y se fue a casa.
El doctor Jones estaba a punto de
irse cuando escuchó el timbre en su consultorio. No tenía pacientes en lista
así que salió a la puerta, esperando que no fuera alguna vieja histérica
queriendo ser atendida a último momento como le había pasado ya muchas veces.
Era la policía.
—¿Doctor
Jones? —dijo un hombre fornido y con el uniforme bien planchado.
—Sí,
soy yo, ¿en qué puedo ayudarlo?
El oficial que también se llamaba
Jones, le dijo todo. Le contó sobre la llamada que recibieron de una vecina del
apartamento 23, la señora estaba aterrada pues había escuchado horribles
gruñidos que venían del apartamento 22 a eso de la 1 de la madrugada.
Y le contó sobre el descubrimiento
del cadáver de Ramón Castazuela.
—La
razón por la que venimos a usted, es por esto:
El oficial le mostró una fotografía.
En ella se veía solamente el pecho de Ramón, según el oficial el resto del
cuerpo estaba demasiado cortado para ser reconocido.
El doctor Jones tomó la fotografía y
su alma casi se le sale del pecho.
El
pálido pecho de Ramón se veía tan claramente, tenía cortadas como las que él había
visto en sus brazos tan solo ayer. Justo en el medio, hechas con lo que podría
haber sido navajas (aunque el doctor Jones sabía que eran garras) se leía:
HOLA DOC.
—Sabemos
que él vino a verlo a usted ayer, también encontramos una receta con su nombre
y dirección.
El
doctor no respondió.
—También
encontramos una cámara, al parecer el señor Castazuela pretendía grabar algo,
aún no la he visto pero estoy seguro de que nos mostrará lo que pasó realmente.
¿Hay algo que usted nos pueda decir sobre todo esto?
El
doctor negó con la cabeza, sus ojos miraban dos cosas:
La foto y la pequeña cortada que
como si nada había aparecido en su antebrazo izquierdo esa mañana.
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