Blancas paredes
Inútil...
Esa sensación había estado con él
desde el momento que salió de ese maldito hospital.
Rubén observaba esas cuatro paredes
perfectamente blancas, vacías, muertas.
Sus ojos buscaban algún punto
negro, algún rastro de imperfección, algo que contrastara con la blancura de
esas cuatro paredes pero no pudo encontrar nada.
El único sonido era el de las
oxidadas ruedas de su silla al moverse en aquel piso de mármol igual de limpio.
Él lo odiaba.
En un pequeño escritorio de madera
se encontraba una fotografía perfectamente enmarcada. Su rostro se llenó de
oscuridad. La mayoría sentiría tristeza, pero no él. Su cuerpo decrépito y
rostro pálido se transformó en el rostro de un ser horrible lleno de rabia y envidia.
Envidia por su hermano muerto.
"Él
siempre fue especial"
"Para
mis padres él siempre fue el milagro que logro superar sus defectos y se
convirtió en artista"
"Él
era perfecto"
“No como yo”, pensaba mientras
observaba sus piernas inútiles, atadas por siempre a aquella vieja silla.
Él siempre había sido el hijo que
no tendría futuro, él no debería haber nacido.
Nunca nadie se lo dijo, pero él lo
sabía. Por Dios que lo sabía.
Y ahora al verse postrado en esa
silla lo supo. Supo que era cierto.
Lanzó la fotografía al suelo, y el
cristal del marco se hizo pedazos.
"¿Esta
iba a ser tu mejor obra, cierto?" le dijo al niño sonriente en la
fotografía. El mismo niño que ahora estaba bajo tierra con sus ojos por siempre
cerrados y vistiendo su mejor traje. ¿Para
qué? Bueno pues, a quién le importa. Es Sammi y Sammi siempre tiene lo más
caro y lo mejor. Aun si eso es un traje negro que pronto se llenará de moho y
gusanos.
"Si,
apuesto que cuando terminaras mamá y papá estarían orgullosos.
-Mira lo que hizo Sammi, mira el hermoso mural
que pintó en nuestra habitación-
“¡Ha!,
ahora éstas blancas paredes serán solo un mal recuerdo para todos”
Sus ojos rodeados por negras y
pesadas ojeras volvieron a observar cada rincón de la habitación. Buscando
algún punto de suciedad, algo que arruinara ese perfecto color blanco. Nada.
"¡Cómo
carajos pueden estar tan limpias...!"
Sus ojos rojos se iluminaron.
Justo en la pared donde el mural
sería pintado pudo observar un punto negro, justo en medio de la pared.
Una cínica sonrisa se dibujó en su
rostro amargado. Pero aquel punto negro que manchaba la obra inconclusa de su
hermano salió volando. Solo era un maldito insecto.
Su mente que ya estaba muy
desgastada había empezado a hacerse pedazos en ese momento.
Algo tan simple se había convertido
en el gatillo que disparó un arranque de rabia enfermiza. Una rabia que siempre
había estado ahí, alimentándose y pudriendo su interior y que ahora se estaba
rebalsando como agua negra y maloliente en una cubeta.
Empezó a golpear sus piernas hasta
sacudirlas violentamente, no hubo ni un solo reflejo, sus pies se movían de un
lado a otro como un par de animales muertos.
"Tan
inútiles como yo o tal vez más"
En un movimiento de su silla
escuchó uno de los cristales quebrase en el piso.
Y entonces vio un pedazo
perfectamente cortado en el suelo. Sus ojos se oscurecieron casi como hundiéndose
en su cráneo, se habían convertido en un par de agujeros vacíos en su rostro y
una horrible sonrisa apareció. Era la mueca que sólo se ve en alguien que se ha
quebrado por completo. La poca cordura que había intentado mantener había
muerto finalmente. Su rostro había perdido toda forma humana, se había vuelto
en un cráneo deformado por la rabia y locura. Tomó el pedazo de cristal, la
punta era perfecta.
Las venas en sus decrépitas manos
se llenaron de sangre casi hasta reventar.
Y sin pensar en nada más clavó el
pedazo de cristal en su pierna derecha una y otra vez. La sangre salía a
montones, era como pinchar una manguera mientras el agua corre con presión en
ella. Su camisa andrajosa se empapó de inmediato y una cálida y enfermiza
sensación subió por su espalda hasta su cuello. Él seguía apuñalando su pierna
manteniendo esa mueca retorcida.
Sus manos sostenían el cristal
fuertemente cortándose con los bordes y dejando que más sangre cayera en su ya
empapada entrepierna.
En su rostro escurría la sangre y sudor
mientras seguía clavando el cristal en un arranque eufórico, cortaba cada
pedazo de carne en sus piernas, el sonido era horrible pero él ya no escuchaba
nada. No sentía nada.
La sangre brotaba por todos lados,
trozos de carne y piel empezaban a esparcirse por todo el piso. La piel en su
rostro se retorcía llenándolo de arrugas.
Se detuvo por un momento para tomar
algo de sangre y carne de su regazo y con sus dedos empezó a pintar las paredes
con un opaco y horrible color rojo.
Y entonces escuchó un horrible
grito desde la puerta.
-¡Hijo!, que... ¡qué has hecho! ¡QUE PASÓ!
Él giró su ensangrentada silla y le
mostró su obra a su madre.
El horrorizado rostro de su madre
observó esa enfermiza imagen, vio a la horrible criatura postrada en la silla.
Era un diablo, un troll, un duende, era toda clase de ser infernal pero no era
su hijo.
Observó como una de sus piernas
había sido mutilada tan horriblemente que el hueso podía verse claramente.
Trozos de carne por todo el piso.
No pudo moverse o decir nada.
-Te amo madre, espero que te guste...
“Él
debería haber muerto. No Sammi, no, no él. Él era especial en un buen sentido.
Pero él…no, él siempre tuvo problemas. Ojalá hubiera sido Sammi el que hubiera
estado conduciendo el auto. Tal vez él estaría vivo y no él. Eso que está en la
silla viéndome con su diabólica mirada…Eso…” Antes de que pudiera hacer o
decir algo, él tomó el trozo de cristal y se lo clavó en el cuello de forma tan
suave y profunda casi perfecta.
"¡NOOO!", gritó mientras
la sangre de su hijo salía a chorros de su garganta hasta regarse por toda la
pared. Todo había acabado.
La policía llegó minutos después de que uno de los vecinos notara los gritos en la casa de enfrente.
Ella yacía recostada en la única
pared que aún era blanca, sus ojos vacíos y perdidos para siempre en aquel
horrible momento mientras un hilo de baba colgaba al borde de su labio inferior.
Los pocos policías que entraron
pudieron ver aquella escena. Un joven horriblemente mutilado tendido en una
silla cubierta de sangre, piel y carne por todo el piso y una enorme mancha de
sangre en la pared. Uno de ellos pensó, sintiéndose enfermo por si quiera
pensarlo, que la sangre en la pared parecía tener un patrón. Era casi como una
extravagante obra de arte. Frunció el ceño asqueado y aterrado. Pero no podía evitarlo. No podía evitar ver a la pared y ver a la fascinante mancha en ella.
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