El hada de los dientes


La pequeña dormía tranquilamente, acurrucada entre las cobijas en aquella fría noche. Su mano se metía de vez en cuando bajo la almohada, inconscientemente tocando el pequeño diente bajo ella, asegurándose de que estaba ahí.

Entonces escuchó un ligero toque en el cristal de su ventana, después escuchó otro y otro más. Los toques eran delicados, como gotas de lluvia estrellándose contra el cristal. La pequeña abrió los ojos sintiéndose algo confundida. La luna brillaba como nunca en el cielo y la pequeña no necesitó encender la lámpara para ver que no eran gotas de lluvia las que chocaban contra el cristal. Alguien estaba ahí afuera.

La pequeña se levantó de la cama, el sueño completamente ido. Se acercó a la ventana para ver al hada que flotaba majestuosamente del otro lado del cristal. El hada de los dientes le sonreía mostrando unos dientes tan blancos y perfectos, mechones dorados de cabello ondulado caían suavemente sobre su rostro casi transparente.

  "¡Eres tú!" dijo la pequeña.

"Shhhh" le dijo el hada poniendo un dedo frente a sus labios. El dedo era largo y terminaba en punta. "Shhh, pequeña, no queremos que tus padres se despierten. Es más, tú misma deberías estar dormida" le dijo el hada sonriendo aún más, sus ojos cambiaban de color; iban del púrpura al rosa y ahora habían ido del celeste al amarillo.

"Lo siento, pero es que tú estabas tocando" le dijo la niña, en un segundo la niña notó que los dientes del hada ahora también terminaban en punta como los dedos en sus manos pero los hermosos colores en sus ojos la distraían.

"Lo sé pequeña, pero es que tu mamá puso cerrojo a la ventana y así no puedo entrar" decía el hada, sus ojos ahora brillaban con un vibrante color rojo.

  "Creí que las hadas podían aparecer como si nada" le dijo la niña, sin saberlo se alejó un poco de la ventana.

"No, verás, nosotros sólo podemos entrar si nos dejan" le dijo el hada, sus labios parecían temblar como si estuviera conteniendo unas ganas tremendas de reírse. O como si estuviera saboreándose. "¿Me dejas entrar?" le preguntó el hada.
La niña se quedó pensando un momento, entonces el hada sonrió aún más y le mostró una brillante moneda de oro. "Te la doy si tú me das tu hermoso diente" le dijo aquel mágico ser.

La pequeña sonrió revelando el espacio entre sus dientes. Quitó el cerrojo de la ventana, ahí notó que su madre también había puesto un pequeño crucifijo casi como si fuera otro cerrojo. Pero la pequeña no le dio importancia.

El hada entró flotando, sus pies descalzos estaban completamente negros y torcidos, sus alas no eran las de una mariposa, pero las de-las de-
La pequeña trató de encontrar la palabra que estaba en la punta de su lengua pero no podía decirla. El hada la miraba fijamente frotando sus manos de largos y feos dedos. Su vestido de fantasía estaba todo agujereado y mohoso como si se lo hubiera sacado de la basura. O de una tumba.

 "T-t-traeré el diente" le dijo la niña.
"Shhhh" le dijo el hada, sus ojos ahora no tenían color, no era más que un vacío negro y maligno, sus dientes ahora se salían de su boca en una horrible sonrisa feroz.

"Oh niña" dijo el hada. Y así finalmente soltó la carcajada que había estado conteniendo.



Al día siguiente, después de haberla llamado varias veces y no recibir ninguna respuesta, ella subió a la habitación de su pequeña.
 "Cruz, cruz, cruz" se decía a sí misma. ¿Cuántas iban ya? ¿Diez, quince? ella no sabía. "la cruz debía ser más grande tonta" pensó mientras abría la puerta que tenía una flor colgando en frente.

Su corazón se detuvo en el mismo instante que vio los ocho pequeños dientes en el suelo. Dientes de leche y con las raíces manchadas de sangre. El pequeño crucifijo estaba delicadamente tendido en la cama vacía, junto con una reluciente moneda de oro.

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