Un deseo de cumpleaños.
—¿Cómo
es posible que no las veas? —decía la pequeña de cabello negro.
—¿Ver
qué? ¿El pastel?
La pequeña de cabello negro suspiró exasperada.
—No, no
el pastel. ¡Las hadas!
El padre de la pequeña de cabello negro trató de
imaginar lo que sea que su hija estuviera viendo. El rostro de la pequeña
parecía tomar una extraña forma cada vez que el anaranjado brillo de las velas
parpadeaba en sus ojos.
—Supongo
que es porque estoy cansado, ahora vamos, pide tu deseo.
La pequeña de cabello negro torció los ojos y sopló
las velas. El padre sintió que algo estaba mal, lo sintió muy tarde. Ante sus
ojos, las diminutas flamas de las velas rosadas empezaron a expandirse hasta
que el pastel fue devorado por una enorme bola de fuego.
—¡Pero qué…!
Las flamas crecían y se tragaban todo como una bestia
hambrienta.
La
pequeña de cabello negro observaba desde su silla como su padre se retorcía
envuelto en una chamarra de ardiente tela, las flamas que no parecían querer tocar nada más danzaban alrededor del hombre cuyos gritos eran asfixiados por el humo negro. La casa ya no olía a miel y
chocolate sino a cabello y carne calcinada.
—Les
pedí que te dieran un abrazo…
El hombre con sus manos chamuscadas y rostro cubierto
de úlceras sangrantes se arrastró hasta el teléfono, lo rozó con los dedos
antes de caer sobre el tapete. Su cuerpo tan negro como el pastel de chocolate
que con tanto cariño le había comprado a su hija.
—Um, no…papi
dijo que no podíamos despertarla porque se ha estado sintiendo muy mal
últimamente… ¿qué dices?... ¿Que ustedes pueden curarla?...Um…está bien, mami
duerme en aquella habitación.
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