La mancha
Blanco…
Me he llegado a acostumbrar
al blanco…
Paso las yemas de mis
dedos por su suave superficie…la pared…no hay nada en la pared…
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Es solo una mosca pensé al ver el punto negro en la pared frente a mi
cama. Eso es solo una…lancé uno de mis
zapatos para espantarla pero no era una mosca en realidad. Traté de ignorar
aquel diminuto pero visible punto negro en la pared de mi habitación, la noche
era fría y finalmente había dejado de sufrir de esas horribles fiebres así que
me enchamarré y dormí.
Mis sueños fueron incómodos; en todos, al menos en los que
recuerdo, había un enorme bicho zumbando en mis oídos, yo trataba de espantarlo
pero no podía ni mover los brazos. Estaba metido en una caja.
Me levanté sintiéndome
todavía más cansado y lo peor de todo fue que me había orinado encima. Mierda, fui al baño y me duché con agua
helada como castigo, eso me lo había enseñado mi madre. De niño cada vez que me
orinaba durante la noche, mi madre me sacaba desnudo al patio, sacaba una
cubeta con agua y hielo y me bañaba con ella; Qué asco… ¡qué asco!, decía ella mientras me restregaba con una de
las esponjas más duras…
Me cambié y mientras le quitaba las sábanas a mi cama (Asco…¡ASCO!) noté el punto negro en la
pared, ahora era diferente. Antes había parecido una mosca pero ahora…ahora
tenía el tamaño de un escarabajo.
¿Y esta mancha qué?, traté
de quitarla rasgándola con la uña pero no funcionó, fui al baño y tomé la
esponja dura con la que me había bañado y restregué con fuerza. La mancha se quedó ahí.
Poco a poco la mancha
siguió creciendo, pasó de parecer un escarabajo a un feo cuervo hasta que llegó
a tener el tamaño de un niño pequeño. Para cuando llegó a ese tamaño yo ya había
pintado la pared cuatro veces; de color rojo, luego de color azul y luego de un
macabro color negro…pero la mancha seguía ahí.
Desesperado, colgué un enorme cuadro para cubrirla y aunque
la imagen de la Virgen María me traía cierta tranquilidad el cuadro no pudo
eliminar la horrible sensación de ser vigilado,
la mancha, ¡la maldita mancha seguía ahí!, era como un extraño escondido detrás
de una cortina. Mis sueños se fueron volviendo cada vez más terribles, colmados
de creaturas malévolas ansiosas por arrastrarme al rincón en donde los locos
pasan el resto de sus inútiles existencias. Mi vida se convirtió en una horrible
rutina; desde los incansables intentos por deshacerme de la mancha hasta los dolorosos
baños de agua fría, restregándome con la esponja hasta que la piel en mi
entrepierna quedaba a carne viva.
¡Cómo que no puede
verla! Pero si ahí está, ¡MIRE!
El dueño de la casa me
miró con incredulidad.
Pues no, no veo nada.
Sabe, no me importa mucho que haya decidido pintar la pared, aun si solo fue
ésta, de negro, pero honestamente no soy fanático de ella. Señaló la imagen de la benevolente
Virgen María que ahora yacía recostada contra la pared y el suelo, procurando
no tocarla. Yo envidiaba su tranquilidad, su rostro lucía descansado y lleno de
vitalidad pero más que envidia, lo que más sentía era rabia… ¡CÓMO NO PODÍA
VERLA!, la mancha estaba ahí, claramente visible a pesar de estar rodeada de
una espesa capa de pintura negra.
(Corta…)
Empecé a dormir en la
sala…
(Cooorrrtaaa…)
Las puertas crujían y las
ventanas se abrían y se cerraban, agitadas por una brisa inexistente…
Desperté en medio de la noche, alguien me había hablado. No
podía distinguir nada, todo parecía estar dando vueltas como si un huracán se
hubiera creado a mí alrededor, las puertas de madera parecían estar siendo
destrozadas por un hacha y algo parecía estar golpeteando los cristales de una de las ventanas. Lentamente estiré el brazo, tentando el suelo en busca de la
linterna, la voz habló de nuevo:
¡Pero qué has hecho!
Mi corazón dio un vuelco
y entonces empecé a sentir la cálida y repulsiva sensación húmeda que bajaba
por mi pierna, estaba llorando. La voz habló otra vez:
¡Debí cortártelo
cuando tuve la oportunidad! ¡QUÉ ASCO!
Solté un gemido cuando
las yemas de mis dedos sintieron la superficie metálica de la linterna, la
oscuridad parecía estar ganando peso asfixiándome lentamente.
La mancha… ¡la mancha
estará acá!
CLICK
Solté un grito de muerte
al ver el rostro sonriente y cuyos ojos seguían cuidadosamente los movimientos de
la opaca luz que salía de la linterna en mis manos temblorosas. Me arrastré
tratando de jalar la chamarra empapada de orina conmigo hasta que topé en la pared.
La imagen que me sonreía era la de la Virgen María; su sonrisa
maternal era ahora la sádica mueca del Diablo que tantas veces había visto en
los cuadros de mi habitación de niño, los cuadros en el que el Diablo torturaba
con deleite infinito a los pecadores. Dios
no es el único que te vigila…decía mi madre, esa era su forma de darme las
buenas noches.
El cuadro de la Virgen
María se balanceaba como un péndulo en uno de los ganchos de la pared, su mueca
murmuraba algo inaudible mientras seguía escuchando el tamborileo en el cristal
de la ventana.
Me levanté sintiendo el ardor de la piel en mi entrepierna
que seguía roja y delicada. La Virgen giraba sus ojos amarillos de reptil.
(Corta…)
Empecé a caminar hacia mi
cuarto evitando la mirada enloquecedora del cuadro pero sobre todo evitando
girar y ver a lo que estaba tocando a la ventana; la idea de ver el cuerpo de
mi madre salido de la tumba es algo que no puedo llegar a imaginar por
completo.
Mi habitación estaba
iluminada por un pálido foco que apenas lograba defenderse de las sombras que
se movían por todos lados. Me quedé apoyado en el umbral de la puerta
sosteniendo la linterna por el cordón en la punta, las heridas en mi
entrepierna vibraban como excitadas por una corriente externa.
La mancha estaba más grande que nunca, una silueta casi
humana que se arrastraba fuera del concreto...
Oh Dios…
En el piso justo debajo
de la mancha había un pedazo diminuto de metal, caminé tratando de no pensar en
el cadáver de mi madre que esperaba afuera ni del rostro enfermizo de la Virgen
María con sus ojos de reptil y su mueca perversa. Solo quería enfocarme en
aquel pequeño trozo de metal con apariencia oxidada.
La mancha debe ser
saciada…
La
mancha no puede ser limpiada, no puede ser cubierta ni ignorada…
¡LA MANCHA DEBE SER SACIADA!
La navaja de afeitar
vibraba entre mis dedos como si fuera un animal ponzoñoso ansioso por inyectar
sus toxinas en la carne viva.
(Corta…)
Y así lo hice.
Corté, corté y corté. La
navaja se hacía paso a través de la carne hasta que pude ver el hueso, los
tendones se reventaban y casi podía escuchar un suave pero electrizante
chasquido. La mancha estaba complacida.
Cortaba y cortaba todo lo que sentía de la cintura para
abajo…
(Corta…Corta esa asquerosidad…¡Asco!...¡Corta!...¡CORTA!...)
¡Sí madre, sí!
La sangre salpicaba en la
pared y la mancha la absorbía de inmediato.
Finalmente caí de rodillas sobre el charco de sangre, viendo
los restos de lo que alguna vez fue parte de mí, eso que tanta vergüenza me había hecho pasar…pero ya no más…
El mundo empezó a
difuminarse, los bordes dejaron de existir y lo único que era claro y real era
la mancha, la mancha…la mancha ya no estaba en la pared, estaba sobre mí…bebiendo…
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Me encantan las paredes
blancas y suaves de mi nueva habitación, todo es tan limpio…ese punto…¿qué es ese punto? ¿Es una mosca?
Mataré a esa maldita mosca ni bien se acerque…pero no se ha
movido…ese punto negro en la pared no...no parece ser algo vivo…
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