La Inmensidad.
—¿Dice
que puede ponerle el cerebro de Anna?
—Encéfalo,
Ronnie, Encéfalo. Siempre aborrecí el
hecho de que la gente, incluso los que escriben los libros de ciencia, le llama
cerebro a todo el órgano en sí. El
cerebro es una parte tan solo… ¿me
estás escuchando?
A Ronnie le molestaba a veces cuando el Dr. Magele
le daba un sermón sobre cómo la gente estaba equivocada en esto y aquello y
sobre cómo él debería saber mejor siendo pupilo de alguien tan importante como el Dr. Magele.
—Sí,
lo siento. Pero entonces dice que le puede poner el encéfalo de Anna a…
—Rumina.
—¿Rumina?
¿Qué clase de nombre es ese?
—Shhhh,
deja de preocuparte por cómo se llama, ahora ve y tráeme la maleta de cuero que
está sobre aquella silla…sí, esa…gracias.
El Dr. Magele empezó a sacar un
montón de utensilios que no lucían para nada como los que usaba un cirujano
común, pero después de todo, el Dr. Magele no era un cirujano común. Ronnie
sabía bien lo que era…
—¿Sentirá
dolor?
Ronnie vio la mirada punzante del Dr.
y dio un paso atrás. Ronnie nunca había sido inteligente, eso lo sabía bien,
pero siempre le había interesado la ciencia. Ronnie era como un hombre sin
piernas que sueña con jugar futbol, aun así, era bastante acomedido y sabía
guardar secretos…y nadie tenía más secretos que el Dr. Magele.
Sus
retorcidas vidas se habían cruzado casi seis años atrás, ambos compartían una
idea extrema sobre lo que se podía alcanzar con la ciencia y la medicina y
sobre como los viola niños del Vaticano impedían
que la humanidad progresara. A un principio el Dr. le había confiado a Ronnie
ciertos experimentos con animales muertos y fetos cuyas madres habían tirado a
la calle como cualquier pedazo de basura.
“Vivimos en una enorme mansión llena de
habitaciones y objetos valiosos, pero la gente es tan pendeja que se conforma
con vivir en el sótano porque tienen una bonita vista” le decía el Dr.
Ronnie lo adoraba y muchas veces se
preguntaba si tal vez el Dr. sería su verdadero padre, después de todo él nunca
había conocido a su progenitor…ni a su progenitora. Él también había sido
tirado en la calle como una bolsa de basura.
—¿Sentirá
dolorrrr? Dijo el Dr.
El rostro del Dr. se retorcía con una
horrible ira, ese era su mayor problema, la ira, el Dr. Magele era un genio pero lo único más grande que su
cerebro (encéfalo) era su carácter.
Ronnie se encogió como un niño esperando el golpe…pero no hubo ninguno. El Dr.
suspiró y le explicó:
—Ah,
Ronnie, Ronnie, Ronnie…pon tu mano
aquí…sientes algo…verdad que no…bueno, eso es porque nuestra querida Rumina
está muerta.
—Pero…pero
no se ve muerta… dijo Ronnie.
El Dr. Magele esbozó una sucia
sonrisa.
—¡Aaah!
Mi querido Ronnie… ¡Yo tengo mis métodos!
Aunque Ronnie se había convertido en
parte importante de los experimentos del Dr. era claro que él no le contaba
todo, su oficina estaba repleta de frascos y libros extraños que Ronnie no
podía tocar por nada del mundo.
“Si algún día llegas a tocar alguna de las
cosas que te tengo prohibidas…y créeme que puedo darme cuenta… ¡te desterraré
para que vuelvas al sótano en donde el resto de la humanidad vive!”
Ronnie nunca trató de hacer nada
prohibido, aun cuando el Dr. no estaba en casa, él se sentía vigilado, no por
cámaras sino por algo más aterrados, algo que él no lograba entender por completo.
En los corredores y habitaciones de la casa parecía haber algo incorpóreo.
—¿Estás
listo?
—¡Sí
Dr.!
El Dr. Magele empezó a abrir el
cráneo de la pobre difunta.
Rumina Salazar
había sido una hermosa y sensible prostituta de la zona 1, ella solía decir que
nunca había tenido infancia y que en realidad había nacido teniendo 21
años. “Desde que nací, a los 21 años, supe que me gustaba el sexo…dale a una
niña una muñeca y vestidos bonitos y ella será la princesa más alegre del
mundo, dame a mí una habitación llena de hombres excitados y…bueno…” Rumina
también era famosa por su risa, muchos de los hombres decían que su risa era el
mejor tipo de viagra. “Hay algo en esa risa…esa
carcajada…que, no sé, te excita…”
—Felicidades,
esta es la primera vez que no te pones verde al ver un encéfalo en todo su esplendor. ¡Ve! Hermoso, ¿no?
Ronnie asintió no queriendo decir
nada pues sentía que si abría la boca aunque fuera un poco vomitaría. Ya le
había pasado antes y el Dr. Magele lo había castigado por eso.
“¡Cómo te atreves a sentir asco por algo tan
MAJESTUOSO!”
Esa vez, de castigo, Ronnie tuvo que
dormir en El cuarto que se encoge. El cuarto era de tamaño normal, pero
el Dr. lo había pintado y decorado de tal manera que, si se observaba por mucho
tiempo, daba la ilusión de que las paredes se movían y se encogían. Ronnie pasó
tres horas ahí y para cuando salió parecía haber estado cara a cara con el
mismísimo Diablo.
El Dr. Magele siguió mirando aquel encéfalo como si fuera el diamante más
grande del mundo. Un enorme y bastante amarillento diamante.
—¿Qué
hará con él?
—Um,
no sé, lo guardaré claro, pero no creo que tenga uso.
—Bien…ahora,
vamos a la mejor parte.
Con una señal, el Dr. envió a Ronnie
al cuarto frío, era hora de traer a Anna.
¿Quién era Anna? Nadie sabía
realmente, Ronnie había tratado de saber quién era ella y lo único que el Dr.
le decía cuando le preguntaba era:
“Oh… ¡Anna! Bueno pues…ella es…de ALLÁ”
“¿Qué
es ALLÁ?”
“Jajaja,
Oh, Ronnie… ¡LA INMENSIDAD!”
El cerebro (encéfalo) de Ronnie no
era capaz de entender lo que el Dr. le quería decir. Él suponía que tenía que
ver con uno de esos libros negros prohibidos. La Inmensidad.
Ronnie arrastró la cama de rueditas
sobre la cual, cubierta de una manta blanca, estaba Anna. El Dr. levantó la
sábana rápidamente y Ronnie miró a la mujer que había pasado quién sabe cuánto
tiempo en aquel gélido cuarto.
Anna
sin duda era especial, hermosa de manera inhumana, su rostro aunque perfecto
parecía estar más bien sobrepuesto, casi
como una máscara que aunque esté bien puesta no deja de ser una falsa
apariencia cubriendo algo diferente
debajo. Su cabeza calva tenía una gruesa capa de escarcha que el Dr. removió
con increíble delicadeza.
—¡Hermosa!
No te parece.
Ronnie no dijo nada.
—Mi
querido Ronnie, ¡La Inmensidad está tan cerca!
Ronnie seguía contemplando ambos
cadáveres.
El
Dr. Magele suspiró y empezó a abrirle el cráneo a la otra difunta.
“Gracias”
dijo Rumina una noche de Junio
después de haber terminado con el cuarto cliente del día. Ella siempre les daba
las gracias como si ellos no hubieran querido estar con ella para empezar.
“D-De
Na…da…”
“¿Cómo
te llamas de nuevo?”
“Milton”
“¡Milton!
M-I-L-T-O-N ¡Me gusta ese nombre!”
“A
mí no, me parece estúpido”
“¿Estúpido?
Ja, ¿acaso te tengo que repetir mi nombre?”
Milton había pagado una hora de la
cual sólo había necesitado quince minutos, así que se quedó con ella,
abrazándola y oliendo su fragancia natural. ¿Era amor? No. Él no quería a las
mujeres.
“Ese
lunático” murmuró.
“¿Qué
dijiste?
“Nada,
¿quieres tomar algo? Porque yo sí, así tal vez me den ganas de hacerlo otra vez”
Rumina sonrió como si le hubiera
prometido comprarle el mundo. Se levantó, su largo cabello rojizo caía sobre su
espalda como una… “Una cascada de sangre” pensó Milton, su
erección estaba volviendo.
Milton,
no era un hombre de ciencia, él era mundano y no le importaba en lo más mínimo
lo que aquel Dr. loco estuviera planeando hacer con ella. Dinero y sexo, sólo
eso importa, pensaba Milton mientras le servía una copa a Rumina, su erección
había regresado completamente y aunque Rumina estaba deseosa de volver a la
acción él se aseguró que se tomara toda la copa.
Aquella
hermosa prostituta se quedó bien dormida, Milton se descargó en ella una última
vez, aun dormida ella era excelente,
y luego empezó a limpiar el lugar. Rumina nunca volvió a despertar.
—Vete.
Ronnie abrió los ojos y se alarmó al
ver que el Dr. Magele ya tenía el laboratorio más que listo para el gran
experimento. A Ronnie le preocupaban esos constantes apagones, a veces creía que moría y revivía varias veces al día.
—¿Q-Qué?
—Dije
que te fueras. —El Dr. no lucía molesto ni nada.
—¿Por
qué? —Sollozó el pupilo, él había estado esperando ese gran momento por meses.
¿Por qué el Dr. Magele le impediría ver algo con lo que ambos habían soñado?
—Ronnie…mi
muy querido Ronnie, nunca has sido el más inteligente, pero eres el más leal y
atento y eso me importa mucho. Sé que esto te causa un gran daño, pero eso—el
Dr. señaló a las dos mujeres muertas tendidas en las camas una al lado de la
otra, ambas con la parte de arriba de sus cráneos destapada—es algo que yo debo
hacer solo. No te pido que entiendas o que me disculpes…sólo te pido que te
vayas.
Ronnie
sintió las lágrimas bajando por su garganta con una tremenda acidez pero no
dijo nada más. Le dio un beso a la mejilla al Dr. y salió.
Intentó masturbarse un par de veces
para pasar el tiempo pero no pudo, cada vez que trataba de pensar en algo
excitante la imagen de la hermana Ernestina aparecía; aquella anciana y
horrible monja solía observarlo todas las noches desde la puerta de su
habitación en el orfanato. Nunca le decía nada, simplemente se quedaba ahí
parada, mirándolo con unos negros y pequeños ojos que lucían como pedazos de
carbón pegados en una cara tan arrugada como la corteza de un árbol…
El
aire en la habitación se había puesto viciado y uno que otro crujido se oía de
repente. Eran las siete de la noche y algo parecía escurrir fuera de las
paredes de aquella enorme mansión.
“Está dando a luz” pensó Ronnie de
repente.
“La
casa está toda agitada porque está dando a luz…”
Ahí mismo recordó una de sus muchas y
horribles pesadillas; en ella él iba bajando al sótano en donde estaba el
laboratorio. Al abrir la puerta miraba que había cientos de pequeños seres con
cabezas increíblemente redondas y un enorme y repugnante óvalo en medio de
donde debería haber una cara. Esos hombrecillos estaba alrededor de una cama de
hospital como adoradores y sobre ella había una mujer que no era ni Anna ni
Rumina.
“Doooooooctoooor”
Entonces la parte de arriba de la
mansión era arrancada como por una enorme garra caída del cielo; enormes
escombros caían por todos lados y una nube de polvo rodeaba a Ronnie como la
niebla de las mañanas.
El
cielo no era el que uno ve todos los días, en su lugar había una gran capa
negra plagada por millones de pequeños ojos rojizos.
Ronnie
empezaba a correr o más bien a deslizarse
pues él no era más que una cabeza flotante, los ojos inhumanos en el cielo
giraban y lo seguían mientras que millones voces espectrales le susurraban
cosas en un idioma inexistente.
“Dooooooooooctooooorrrr”
No
había señas del Dr. Magele, sólo un vasto desierto de arena negra.
Ronnie llegaba a una enorme plaza
donde centenares de esqueletos y cráneos de todo tipo (humanos y de otras clases) estaban regados por
montones formando incluso montañas, algunos aún mostraban restos de carne. Un
par de enormes tronos cubiertos de lo que él sabía era piel estaban en el medio
y sentados en ellos dos inmensas criaturas, tan altas que parecían atravesar aquel
infernal cielo, reinaban con una crueldad demencial.
“¡Hermoso!” decía el Dr. Magele detrás
de él y ahí era cuando Ronnie despertaba.
Se podía escuchar al Dr. hablando en
voz alta abajo en el laboratorio, siempre lo hacía y a veces Ronnie creía que
no era con él mismo con quien hablaba sino con aquella entidad invisible que
habitaba los pasillos de la mansión.
—¡Ronnie!
—gritó el Dr. y Ronnie se levantó de un solo y corrió hacia abajo.
La mujer que yacía en la cama de
hospital no era ni Anna ni Rumina.
Sus
ojos, si es que esos eran ojos, parecían conectarse a este mundo desde otro
completamente diferente. Ronnie observó que la parte de arriba del cráneo
parecía fundida al resto de la
cabeza.
—¡Hermoso!
—dijo el Dr. Magele luciendo extremadamente pálido, por lo que se podía ver él
había donado mucha sangre.
Ronni se acercó y tocó el pecho
desnudo de aquella cosa. Su piel
estaba fría y no había pulso, pero algo se
movía debajo de esa piel gris y de nuevo Ronnie pensó que todo lo que él veía
no era más que un disfraz que apenas le quedaba a lo que realmente estaba
debajo. Aquel ser sonrió, sangre bajaba por las comisuras de su boca.
—¿Te
gusta?
Ronnie siguió acariciando el seno que
se sentía como un pedazo de piel sobre un bloque de hielo. Estaba excitado.
—Es…es…hermosa
señor, uh, Dr.
Ronnie no los veía, probablemente
tampoco el Dr. Magele, ambos estaban contemplando el cadáver desnudo frente a
ellos, se regocijaban con aquella retorcida e infernal sonrisa, pero alrededor
de ellos y arriba en la casa, cientos de hombrecillos los miraban con sus
horribles ojos ovalados.
La puerta había sido abierta.
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