Relato Incompleto #3: Yo soy Alberto.
No
se suponía que terminara de esta manera, él le prometió a mis padres que
me curarían y mis padres le creyeron. Lo único que hizo fue empeorar las
cosas. Mi nombre es Alberto, yo soy el monstruo de la zona 9.
Mis
padres sabían que había algo mal conmigo desde el mero momento en el que el
doctor me dio la nalgada al nacer, mis llantos iban más allá del llanto de un
bebé recién nacido. No tenía ningún tipo de malformación en mi cuerpo, tampoco
sufría de ninguna mutación o defecto interno. Yo era un bebé normal en todo
aspecto físico, pero mi llanto parecía ser causado por un dolor inimaginable,
algo estaba muy mal conmigo, pero nadie podía saber de dónde venía aquel
“dolor”.
Los
únicos momentos en los que yo no lloraba, era al momento de dormir, eso estaba
bien, por suerte para mis padres yo dormía bastante, justo como cualquier bebé,
pero ni bien me despertaba, aquellos horribles llantos salían expulsados desde
el interior de mi frágil cuerpo. Mi madre veía como mi rostro se desfiguraba
con el llanto, era como si todo el dolor del mundo se revolviera en mis
entrañas, batiéndolas hasta que mis ojos se hundían en mi rostro hinchado.
Finalmente a los seis meses de nacido, alguien apareció para ofrecerles ayuda.
Su
nombre era Francisco Rudd Magele, él había estado trabajando en un proyecto que
él llamaba “Dentro de la mente y más
allá”, era una especie de psicólogo mezclado con un científico loco, pero
mis padres no lo sabían. En ese entonces sólo podían pensar en el niño que
tenían en casa cuyos gritos sólo se comparaban con un hombre muriendo
lentamente.
—Sólo deben confiar en mí, si bien lo que
estamos a punto de hacer no ha sido hecho antes, estoy más que seguro que
funcionará. Si lo hace, su hijo no sólo tendrá una vida plena y sin dolor, pero
también será un ícono en la historia
de la ciencia.
Mis
padres no sabían nada de ciencia y no es que les importara mucho de todas
formas. El 21 de Febrero de 1983 mis padres me llevaron al laboratorio del Dr.
Magele, ahí fue donde la puerta se
abrió por primera vez.
Mientras
mi madre yacía en su lecho de muerte, ella me contó sobre cómo el Dr. Magele
realizó aquel fatal experimento, no con mucho detalle, pues ella misma no había
visto completo el proceso y además para ese entonces su mente ya no era muy
funcional y precisa.
Ella
me contó, mientras yo sostenía su pálida mano entre mis dedos, que el Dr.
Magele me colocó en una pequeña jaula, una de esas que se usan para los
pericos, excepto que la que él uso era de acero puro, los barrotes eran gruesos
y bien pulidos con docenas de cables enredados entre ellos como hiedra
venenosa. Luego él tomó un par de cables que se conectaban a otra máquina en
las esquina de la habitación, los cables tenían una enorme aguja metálica al
final de sus extremos, la máquina en la esquina siseaba como si estuviera llena
de serpientes.
—¿Está seguro que no le hará daño? —Preguntó
mi padre, mi madre no pudo decir nada durante todo el proceso.
—Oh no, no se preocupen, esto sólo lo ayudará
—Dijo el Dr. Magele, mientras sostenía ambos cables.
Mis
gritos eran horribles, he llegado a oírlos en mis propios sueños, y en ese
momento mis padres estaban al borde mismo de la locura, la falta de sueño y el
horror de no saber lo que me pasaba, ayudaron a que el Dr. Magele procediera sin
ningún tipo de protesta.
El
Dr. Magele se acercó a la jaula que colgaba en medio del laboratorio, como pudo
sujetó mi pequeña cabeza e introdujo el primer cable en mi oído, la aguja según
mi madre era un poco más larga que la de una jeringa, si es que hubo gritos de
dolor de mi parte al momento de que la aguja entrara en mi cerebro, no se notó,
fuera cual fuera el dolor que yo sufría era mayor que cualquier otro causado
por alguien. Así que el Dr. Magele introdujo el segundo cable con la aguja en
mi oído izquierdo sin ningún problema.
Según
mi madre, el Dr. Magele sonreía abiertamente mientras revisaba que las agujas
hubieran llegado hasta dentro de mi cerebro. Cuando ella vio la sangre que
salía de oídos se desmayó. Creyó que eso me mataría. Cuando recobró el
conocimiento y vio que yo aún estaba vivo —y sin ningún tipo de dolor— pensó
que ella era la que había muerto. Ella me contó que nunca pensó que nunca
podría verme a la cara sin ver la horrible agonía causada por un dolor
invisible, ella me dijo que muchas veces pensó que hubiera sido mejor si yo
hubiera muerto. Bueno, eso fue antes del experimento. Ahora yo soy el que desea
que aquel bebé hubiera muerto.
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