Gusanos.


Arnoldo estaba obsesionado con la limpieza. Tanto que dejó de salir de su casa para evitar traer todos los microbios que toda la otra gente llevaba consigo. Puso tablas en sus ventanas, le puso candados dobles a todas sus puertas y tiró las llaves por el retrete.
Todo estaba limpio y perfecto.

Una mañana Arnoldo se levantó con unas tremendas ganas de vomitar, lo cual le resultaba extraño pues había dejado de comer desde hacía días. "No comeré ninguna de esas comidas procesadas por manos suscias", se decía cada vez que su estómago le pedía sustento. "Tampoco beberé esa agua plagada de heces".
    Se levantó lentamente, sintiendo un horrible pesor en su vientre. Entró al baño y vomitó todo lo que pudo. Vomitó hasta que le ardió la garganta. Antes de bajar la palanca notó lo que había vomitado. Un puñado de regordetes gusanos blancos se retorcía entre el agua clorada y lo que parecía ácido estomacal. Arnoldo se quedó boquiabierto ante aquella repugnancia. "Oh Dios", susurró.
  
Se levantó, tomó las tijeras y empezó a abrirse el estómago que seguía hinchado. No fue la sangre lo que lo hizo gritar, ni tampoco el dolor, lo que lo hizo gritar fue la cantidad de gusanos que seguía saliendo de entre sus entrañas.

"Y ahora cómo carajos voy a limpiar esto", dijo Arnoldo mientras seguía cortando.

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