Un buen día.



Bien, hoy será un buen día, dijo Roy mientras se sentaba en la misma silla, en el mismo cubículo. Rodeado de la misma gente y frente a la misma computadora.
Sí, hoy será un buen día, repitió fingiendo una sonrisa. Después de un rato se asomó a la enorme ventana que le daba una más que aburrida vista de la ciudad; autos cruzando desconsideradamente, gente caminando como si un acosador invisible la estuviera siguiendo, alcantarillas vomitando basura como si la ciudad misma hubiera sido construida sobre un pozo lleno de porquería.
Roy suspiró y volvió a sonreír; ya van tres veces que sonrío hoy, ese debe ser un nuevo récord, pensó.
En el cielo, observó la enorme bola de fuego que se acercaba. Giró y dio un vistazo; todos los demás estaban ocupados tecleando y tecleando, tosiendo y maldiciendo. Todos estaban ocupados alimentando sus tumores o cánceres con estrés y desesperación. Soñando simplemente con el día de pago. Pensando que en una hora ya solamente les quedaría cinco horas más para salir.
Roy volvió a asomarse por la ventana. La bola de fuego era enorme y pudo observar que la gente ahí abajo en las calles (¡Mira lo pequeños que son!) estaba parada, inmóvil y sin nada más que hacer. Nadie estaba gritando. Todos (los que no estaban ocupados tecleando y muriendo en sus cubículos al menos) escuchaban atentos al rugido que caía sobre el mundo. 
El sol fue opacado por la enorme bola de fuego que rugía y partía el cielo como si fuera una hoja de papel.
Sí, sabía que iba a ser un buen día, dijo Roy. Se acercó a su cubículo, apagó la computadora y esperó. Estaba sonriendo por cuarta vez. 

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