Relato Incompleto #4: Sigue caminando.
Era increíble pensar que
la vida había sido buena un tiempo atrás. ¿Hace cuánto había sido?, ¿dos, tres
años? Eso ya no importaba. El tiempo había dejado de importar al igual que la
vida de tantas personas.
Ese día, hacía un buen
tiempo ya al parecer, muchas madres enviaron a sus hijos a la escuela pensando
que ese sería solo otro día más en los suburbios.
Excepto que ninguno de
esos niños volvió a casa.
Las alarmas fueron
activadas y la policía empezó sus investigaciones sin obtener resultado alguno.
No encontraron cuerpos, nadie recibió llamadas y nadie pudo realmente reportar
nada que pudiera haber sido de ayuda. Los niños no estaban por ningún lado.
Los desesperados padres
empezaron a moverse en masivas manifestaciones, rezando y gritando por
respuestas. El alcalde simplemente no sabía qué más hacer.
Los padres de Charlie se
volvieron enfermizamente sobreprotectores con él. Charlie no podía ni abrir la
puerta del jardín sin que su madre lo viera con ojos saltados por un miedo
indescriptible, era casi como si ella temiera que su hijo se iba a desvanecer
en el aire o que unos hombres vestidos de negro saldrían de la nada y se lo
llevarían a la tierra de nunca jamás donde los niños no crecen porque ya están
muertos.
Sin nada más que hacer, pues la escuela estaba suspendida, y
¿por qué no?, después de todo el ochenta por ciento de los alumnos estaba ahora
en la lista de ¿ME HAS VISTO?,
Charlie empezó a dormirse temprano. Más bien a irse a la cama temprano, el
sueño era algo que ya no le llegaba con facilidad después de todo. En esas
noches Charlie se preguntaba dónde estaban todos esos niños... ¿dónde?...
¿dónde?...
Ahora, él lo sabía.
Camina…
Solo
sigue caminando…
Eso era lo que Charlie se
seguía diciendo a sí mismo mientras avanzaba lentamente. Era fácil decirlo pero
para sus ensangrentados pies eso era un tortura que no parecía tener fin.
También era increíble
pensar que Charlie seguía con vida, siendo tan débil y patético. Niños más
grandes y fuertes que él habían caído de cara al suelo varios kilómetros atrás.
A Charlie no le importaba
morir, eso habría estado bien, pero la idea de volverse loco lo atormentaba.
Todos esos niños habían enloquecido lentamente; primero empezaban a llorar y
reír hasta que terminaban hablando con algún compañero invisible. Finalmente
caían de cara como sacos llenos de papas. Quienes habían sido no importaba ni
tampoco sus sueños. Uno más que moría.
Tal vez ya estoy loco…, pensaba Charlie. ¿Cómo iba a darse cuenta si seguía
estando cuerdo o no?
Bueno pues, todavía no hablo con alguien invisible.
Eso no ayudaba realmente.
¿Cuántos niños había visto morir ya?, ¿treinta? ¿Trescientos?
Charlie bajó la mirada y
observó sus pies. Para caminar solo pon
un pie delante del otro, sí, así es, ¡muy bien Charlie! Ahora hazlo tú solo.
La voz de su madre sonaba
tan cerca y clara que bien podría haber estado diciéndole eso al oído, Charlie
contuvo las ganas de mirar atrás, su madre no estaba allí. Lo único que había
tras de él eran millas y millas de aquella desolada carretera. ¿Desolada?, ¿qué
estás diciendo?, no está desolada, está llena
de niños. Unos hablan, otros lloran y otros…bueno, otros caen y mueren bajo
el sol. ¡Pero no me digas que está desolada!
Silencio, pensó Charlie y siguió viendo sus pies moviéndose casi
como si tuvieran mente propia. Ahí recordó todas las veces en que le pedía a su
mamá o a su papá que lo cargaran porque se sentía muy cansado. Ahí recordó las
veces en que se tiraba en el césped del jardín mientras su madre recortaba las
hojas de sus rosales.
¡NO! ¡ASÍ NO ES EL
CIELO! ¡MENTIRA! ¡ESE NO PUEDE SER EL CIELO!
Charlie levantó la
mirada. Delante suyo había un niño alto y delgado, (todos estamos delgados
ahora, ¿recuerdas?, todos tenemos hambre) que gritaba hacia el cielo.
¡NO QUIERO IR SI EL
CIELO SE VE ASÍ!
Charlie miró hacia el
cielo, aquel cielo sin nubes y con un tono amarillento. No había nada. Tal vez
a eso se refería el niño. Tal vez no había nada en el cielo. Solo…nada.
Aburrimiento. Todo por lo que tanta gente había muerto había sido una semejante
mentira. Todo por nada.
¡NOOOOOOOO…GAAAAAAAAGAAGHHHH!
Charlie contempló con
horror como el niño se metía la mano entera en la boca como si quisiera sacar
algo de su garganta. Aun así ambos seguían caminando.
Los asfixiados alaridos del niño eran perturbadoramente
altos en aquella carretera, los niños que venían detrás habían dejado de
charlar con sus fantasmales compañeros y observaban, si es que sus mentes
seguían en esta vida de todas formas, al niño alto que seguía metiéndose el
brazo en la garganta como lo haría un traga espadas. El niño alto cayó de
rodillas, la mitad de su brazo metida en garganta. Sus ojos girando
desorbitadamente, mirando a un cielo vacío. Charlie pasó junto a él lentamente.
El niño lo vio, por un segundo y luego cayó, soltando un repugnante grito que
solo alguien con la garganta tapada puede producir.
Eso sí que estuvo raro, ¿no, Charlie?
Charlie no respondió.
Y así, mientras recorría
otra milla en aquella callada (pero definitivamente no desolada) carretera, se
dedicó a escuchar la voz de su viejo amigo.
Un amigo que había muerto
hacía tiempo.
Ya estoy loco…, pensó Charlie.
Atrás, uno de los otros
niños que se arrastraban, empezó a gritar:
¡ESE NO PUEDE SER EL CIELO!
Pero ya a nadie le
sorprendió lo que dijo.
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