Relato Incompleto #2



¿Saben de qué me he dado cuenta después de todos estos años? ¿Después de haber sufrido todo ese abuso y acoso en la escuela? De que los más callados ocultan los peores demonios.


Lo había visto muchas veces en mi camino al trabajo; un mendigo tirado de bruces en la calle con su ropa sucia y maloliente, su cabello largo e igual de mugriento. Nada fuera de lo común. Un pobre borracho que podría morir cualquier día y a nadie le importaría.
Excepto que resultó no ser un borrachín desconocido. No pensé que fuera cierto al principio, pensé que sólo existía una ligera similitud pero sin darme cuenta lo fui observando cada vez más con más detalle cada vez que lo encontraba tirado en la calle.
Una mañana, harto de la constante insistencia de mi mente de que era él, me acerqué más al bulto en el suelo. El olor no tardó en hacerme retroceder unos cuantos pasos, pero era él. ¡No había duda! Su cabello no cubría su rostro tanto ese día y él estaba boca arriba. Me quedé por no sé cuánto tiempo parado al lado de ese vagabundo, respirando por mi boca para evitar las náuseas que se acumulaban en mi estómago. Era él. El tipo que me había atormentado por tanto tiempo cuando yo era joven que pensé en quitarme la vida más de una vez.
¡Era él!

"Bien, qué importa, el pobre imbécil es un vagabundo ahora" me dije a mi mismo mientras me alejaba de él, unas cuantas moscas volaban sobre él como si ya se estuviera pudriendo. "¡Mira cómo ha terminado!" Sonreía mientras miraba el reloj, debía irme o llegaría tarde al trabajo. Mientras me alejaba no pude evitar mirar hacia atrás varias veces. Él seguía ahí, tirado como un costal de basura, sucio y asediado por las moscas. ¿Qué vida podría ser esa? Eso me hizo reír aún más, ¿acaso se lo merecía? "¡SÍ!" pensé mientras me subía al autobús que me llevaría a mi trabajo. Pensé que pasaría el resto del día con esa alegría, pero aunque así fue la mayor parte del día, para cuando llegué a casa tenía otro pensamiento en mi cabeza. "¿Es ese suficiente castigo? "¿Eso es todo?"
Traté de evadir esos pensamientos, ¿de qué me servía pensar en él? Sí, el maldito me había atormentado durante los tres años que estudié básicos y por su culpa había pensado en suicidarme, pero no lo hice. Sobreviví y ahora tenía un buen trabajo y una vida cómoda, no era rico ni tenía la mejor casa, pero en definitiva vivía mil veces mejor que él. Es más ni siquiera bebía.
Pero esos pensamientos no me dejaban en paz, eran como mosquitos que se habían metido en mis orejas y ahora zumbaban dentro de mi cabeza, alrededor de mi cerebro.
¿Era eso suficiente? ¿Después de todo lo que me hizo, su castigo era vivir tirado en las calles, apestando y sin saber qué día era? ¡Eso no era un castigo! no era vida claro, pero ¡No era lo que él merecía!
Al día siguiente cuando me dirigía nuevamente a mi trabajo lo vi de nuevo, casi en el mismo lugar. Sostenía un octavo vacío y había una mancha en la banqueta, probablemente orina, me quedé parado mirándolo desde lejos pues el olor era peor que la última vez. Intenté ver su rostro sucio y demacrado por el abandono pero en vez de eso lo que veía era el rostro joven y lleno de malicia de aquel muchacho que me había maltratado tantos años atrás. Recordé la mueca torcida que ponía cuando me golpeaba, recordé el resplandor en sus ojos cuando me perseguía por la calle para patearme y hacerme comer tierra y basura. Era él sin duda. Fuera lo que fuera lo que lo había llevado a ese punto en su vida no era suficiente. Puse mi mano en mi muslo derecho, debajo de mi pantalón y mi ropa interior había una marca, una enorme línea en mi piel hecha con pedazo de vidrio roto. El reloj seguía marcando el tiempo y yo iba a perder el autobús y a llegar tarde, pero no me importaba. La cicatriz en mi pierna me picaba.
¡Estar en la calle rodeado de mugre no era suficiente! ¡NO LO ERA!

Empecé a caminar, sin ver hacia atrás esta vez, y esperé el siguiente autobús. No llegué tan tarde como creí y a mi jefe no le importó.
Esperé un par de horas y luego fui a la oficina de mi jefe, le conté que tenía una emergencia familiar y que quería ver si no me podía autorizar dos días de mis vacaciones para resolver el "asunto".
Mi jefe, que nunca ha sido ni bueno ni malo conmigo, me miró fijamente como si esperara ver una mentira en mi cara, no la había, después de todo sí tenía un asunto que resolver.
"Muy bien" me dijo sin mostrar enojo ni nada, "Dos días nada más, pero necesitaré que hagas un par de horas extras hoy y...uh, ¿cuándo piensas irte?"
Le dije que entre más rápido mejor, mañana si era posible, eso se lo dije en broma.
"Necesitaré que hagas horas extras hoy y unas más cuando regreses"
Le dije que estaba bien y luego le pregunté cuándo podría irme.
"Desde mañana, así estarás aquí para el lunes que es cuando más trabajo habrá".
Le di las gracias y salí de su oficina. Hice cuatro horas extras ese día, estaba agotado para cuando llegué a casa, pero durante el tiempo que estuve trabajando no dejé de sonreír.

Esa noche no tuve sueños, dormí como un tronco hasta que mi alarma sonó a las seis de la mañana, había olvidado desactivarla y eso me hizo enfurecer un poco, luego recordé lo que tenía que hacer y se me pasó. Me bañé con agua fría y me puse mi ropa más cómoda. La calle estaba vacía como siempre a esa hora, no mucha gente vive por donde yo vivo.

Él estaba ahí, me sorprendió ver que tenía puesta otra playera. "Tal vez sí tiene casa entonces" pensé. Me acerqué y por un segundo pensé que vomitaría el desayuno de cereal y huevos que había tenido. La peste a orina, sudor y vómito era una mezcla poderosa. Saqué la jeringa y la introduje en su cuello lo mejor que pude. Él gimió ligeramente y luego volvió a quedarse quieto.
Lo arrastré por cada cuadra, deteniéndome en cada esquina unos minutos para que si alguien pasara no pensara en nada más. Pero como dije, las calles estaban bastante vacías, unos buses pasaban a lo lejos pero la gente rara vez mira más allá que sus propias narices.

Me tomó más de cuarenta y cinco minutos en llevarlo a la casa. Sé que puede sonar imposible que nadie me vio o que él no despertó en ningún momento, pero ya que estoy escribiendo esto desde mi casa y no en una celda o en un manicomio no tengo mucho más que decirles al respecto.

Como sea.
Mi espalda me estaba matando y mi playera estaba empapada de sudor. El seguía apestando y una que otra vez gemía pero nada más. ¡Ese sí que era un buen sedante!


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