Nervios
Siempre he sido nervioso, y creo que
siempre lo seré sin importar que tanto hagan ellos para disque ayudarme.
Les
quiero contar mi historia, no porque quiero que sepan sino porque no tengo nada
mejor que hacer, en este lugar siempre estoy aburrido. Y siempre me siento tan
cansado.
Ese día, el último día que vi a mi
familia, me levanté como siempre a las 8:30 de la mañana, me puse mi misma
playera verde simple, mis pantalones de lona rasgados y mis chapulines rojos. Aunque siempre detesté
la suciedad, había algo en esa ropa sucia y gastada que me traía sosiego. Y yo
siempre estaba buscando formas de calmar mis nervios.
Normalmente,
mis mañanas empezaban al oler el aroma a miel o jalea de fresas que usábamos en
los panqueques y el sonido del tocino friéndose lentamente en el sartén, pero
esa mañana no había dulce aroma ni delicioso chisporroteo. La casa estaba callada.
—Bu-Buenos
días —le dije a mi familia mientras tomaba mi lugar en la mesa de la cocina.
Toda mi familia estaba sentada; mis
hermanos mayores y mi tía (ella había llegado a vivir con nosotros hacía más de
un año, cuando su tercer matrimonio se fue al carajo dijo que sólo se quedaría
por unas dos semanas, para cuando le dimos una silla en la mesa todos supimos
que eso no era cierto) estaban sentados juntos. La mesa era rectangular así que
ellos tres ocupaban el otro, dejándome a mí el otro lado largo sólo para mí.
Mis padres también estaban sentados, ambos en cada extremo, mi padre en la
silla que aún seguía teniendo suficiente esponja en el cojín como para que
fuera cómoda.
Nadie
respondió a mi saludo.
—¿Qué
pasa? —pregunté, miré que los platos y tazas estaban puestos en la mesa pero no
había nada sobre ellos. Pasé mi dedo y sentí una pegostiosa capa de mugre, como
si nunca los hubieran lavado después de tantos desayunos. Tomé una servilleta
de papel y empecé a romperla en pedacitos por debajo de la mesa para que mi
papá no me viera. Él detestaba viéndome romper cosas para calmarme.
Noté
que todos, a excepción de mi padre, tenían la cabeza abajo como niños
castigados. Empecé a sentir acidez en la garganta.
—Debes
dejarnos ir. —Dijo mi padre finalmente, su voz siempre me había atemorizado,
aun cuando intentaba hablarme cordialmente parecía estar regañándome. Ya no
tenía más papel que despedazar así que empecé a pellizcarme las palmas.
—¿Dejarnos
ir? —pregunté, no tenía ni idea de qué quería decir con eso.
—Sabes
bien de qué estoy hablando, esto ya ha durado mucho tiempo, ellos lo saben y vendrán. ¡Debes
dejarnos ir!
Traté de encontrar consuelo en los
ojos de mi madre, ella siempre me explicaba las razones de por qué mi padre
podría estar enojado conmigo, pero esa vez ella tenía el cabello suelto y
apenas y podía ver su rostro, parecía estar sollozando en silencio.
—¡No
sé de qué me estás hablando! Madre, ¿qué está pasando? ¡¿No entiendo?!
—¡Déjanos
ir AHORA! —gritó mi padre y mi corazón se heló.
Yo jamás había podido relacionarme
bien con mi padre, aun cuando yo me sentía tranquilo y contento como para
intentar aprender a reparar autos o serruchar cosas como él hacía él parecía
sentirse incómodo estando a mi lado.
Nuestra
relación incluso empeoró después de lo que pasó con Ronni.
Ronni era el típico abusador de la
escuela; grande, fortachón, y estúpido. Una vez, en el recreo, yo estaba
comiendo mi refacción en el salón de clases, como siempre pues no me gustaba
salir al patio, y él entró al salón para molestarme. Yo intenté ignorarlo pero
ese día él simplemente quería joderme y no se iba a ir así como así. Primero
tumbó mi lonchera haciendo que mi jugo y panes se regaran en el piso y luego me
tomó del cuello y con uno de mis marcadores dibujó la palabra MARICA
en mi frente, para entonces la mitad de la clase estaba ahí, observando
aquel espectáculo. Intenté defenderme y él me empujó y yo caí sentado en el
piso, mi estuche de lápices cayó conmigo y todos mis lápices y crayones se
regaron. Mientras todos reían (Ronni se carcajeaba como nunca, su cara colorada
estaba viendo hacia arriba mientras él se agarraba el estómago) yo vi uno de mi
lápices a mi lado, lo sabía porque yo siempre los tenía bien afilados y la
punta de éste estaba finísima. Lo tomé y lentamente poniéndome de pie, Ronni
seguía distraído limpiándose las lágrimas y viendo hacia el techo, me lancé
sobre él. Mi lápiz bien agarrado…
—Siempre
supe que tu ibas a causarnos problemas, lo supe y tu madre también, pero ella,
en vez de pensar en cómo encargarse de ti, se preocupó más en amañarte.
¡Fomentar esos tus mañas!
—¡No
voy a oírte! —le grité y me tapé los oídos.
Entonces escuché un tremendo golpe en
la puerta. Hacía tanto tiempo que no salía que la puerta simplemente había
dejado de existir para mí, todo el mundo de hecho.
—¡Déjame
en paz!
Miré con ojos empañados por las
lágrimas a mi padre, él sonreía abiertamente y sus ojos parecían resplandecer
como un par de luciérnagas.
Otro
golpe en la puerta y luego alguien habló:
—Sabemos
que está ahí, por favor abra la puerta o tendremos que entrar a la fuerza.
Me levanté tumbando la mesa y me
lancé a los pies de mi madre, agarrando con fuerza su falda y delantal rojo.
—¡Oh
Madre, por favor, no dejés que me lleven! ¡No entiendo nada!
Pero mi madre no dijo nada, podía
escuchar sus lamentos y gemidos de dolor, su rostro estaba empapado al igual
que su regazo.
Mis
hermanos, mi tía y mi padre, mi padre más que todos, empezaron a gritarme:
—¡Déjanos
ir, déjanos ir, déjanos ir, déjanos ir!
Los golpes a la puerta eran más
fuertes, intenté levantarme pero no pude.
Miré
a mi padre y él seguía sonriendo, él siempre me odió y en ese momento lo
entendí finalmente.
La puerta se abrió con un tremendo
estallido, tan fuerte que las bisagras se zafaron y un horrible brillo iluminó
la sala; las cortinas siempre habían estado medio corridas para que algo de luz
entrara pero no tanto.
Yo
estaba gritando y pataleando mientras me aferraba a mi madre.
Varias personas vestidas de blanco
entraron y me sujetaron, yo les escupí y los maldije y luego les rogué para que
me dejaran ahí, que si querían se podían llevar a los demás, a mi padre sobre
todo, pero que no me alejaran de mi madre. Pero no hicieron caso.
Sentí
un ardiente pinchón en el cuello y todo se fue borrando.
Ellos no quisieron explicarme nada,
me dejaron en una habitación blanca por tanto tiempo que empecé a creer que me
iban a dejar ahí para morir. Luego otro hombre de blanco entró y con un tono
horriblemente dulce me dijo:
—Todo
estará bien.
Sonrió y sentí otro pinchazo. Quería
ir con mi madre.
Los días pasaron y ya que pasaba
tanto tiempo dormido dejé de saber qué fecha era. Lo primero que les preguntaba
cuando abría los ojos era dónde estaba mi madre, mi familia, cuándo iba a poder
regresar a casa. Ellos o Ellas simplemente sonreían y me dejaban
solo. Después de un tiempo dejó de importarme. Me di cuenta que lo bueno de
estar aquí era que ya no me sentía nervioso e incluso cuando sí me sentía
nervioso no era tan fuerte como cuando estaba en casa. Lo malo, aparte de estar
aburrido y cansado todo el tiempo, era que siempre tenía horribles pesadillas.
Una en especial es la que más me atormenta.
En
ella me levanto como siempre en mi casa, me pongo la misma ropa y bajo, la casa
entera está opaca y los muebles parecen viejos y polvorientos. El piso está
cubierto por unas grotescas manchas que nadie nunca se dignó a limpiar. Mi
familia está sentada en la mesa de la cocina en el mismo orden de siempre.
Me
doy cuenta incluso antes de sentarme de que algo está muy mal con ellos, pero
yo no tengo voluntad en la pesadilla por lo que me siento como para desayunar,
mi plato no está vacío, una masa negra y pútrida está servida, gusanos y bichos
se arrastran en la mesa que está rasguñada. Quiero irme, pero de nuevo, no
tengo voluntad.
Los
mismos golpes que escuché el día que me trajeron aquí se escuchan a lo lejos,
como en otra casa. Ahí miro a mis hermanos y veo que están muertos. Mis
hermanos tienen la cabeza apoyada en el respaldo de la silla con sus cuellos
bien expuestos, mostrando un par de profundos cortes negruzcos, casi como
bocas, sus bocas están abiertas y varias moscas brillosas revolotean entre sus
dientes y lenguas que cuelgan como las de un perro.
Mi
tía está casi en el suelo, como una ebria que apenas y se sostiene de la mesa,
su cabello canoso está revuelto y en su pecho hay un enorme agujero con una
mancha igual a las del piso. Sus labios forman la mueca de alguien gritando
eternamente.
Los
golpes se hacen más fuertes y voces casi fantasmales me susurran al oído ellos lo saben…ellos vendrán…
Sé bien que todo es un sueño, debe
serlo, algo tan grotesco y cruel sólo puede ser un sueño.
Te dije que nos dejaras ir pequeño bastado…
Mi padre es el único que tiene los
ojos abiertos y estos están amarillos, su cara está agujerada y deformada a
causa de tal vez las balas de su rifle, de su boca, apenas abierta, escurre un
líquido espeso como la miel que solía poner en mis panqueques.
Ve lo que le hiciste a tu madre, lo supe antes
que todos pero ella no quiso escuchar…ahora ¡mírala!
Sin querer volteo y veo a mi madre,
ella está recostada sobre la mesa tal y como lo haría alguien demasiado cansado
para ir a la cama, enormes mechones de cabello cuelgan apenas de su cabeza, su
cabeza está completamente destrozada mostrando un enorme agujero por donde más
moscas y gusanos se revolcaban con gusto. Su cara estaba rasguñada y uno de sus
ojos estaba tan blanco como un huevo.
¡Yo
lloraba! ¿No ven? ¡Lloraba por despertar y no podía!
Mi familia estaba muerta.
Pero
era un sueño, tenía que serlo.
La pesadilla acababa al igual que mi
recuerdo; la puerta era tumbada y ellos me
sacaban pataleando y gritando por mi madre. Mi madre muerta
Esa es mi historia. ¿Qué más les
puedo decir?
Ahora
que estoy despierto no me siento triste y esa macabra ilusión no me atemoriza,
¡sé que no es real! Algún día regresaré con mi familia.
Ellos me siguen diciendo que necesito
empezar a reconocer qué es real y qué no lo es. ¡Basura! Cómo no voy a saberlo,
sé bien lo que recuerdo y lo que sueño. Lo sé. Digo, no estoy loco…
¡Ah!
Por cierto, ¿quieren saber qué pasó con Ronni?
Bueno pues, cuando me lancé sobre él
con mi lápiz afilado, se lo clavé justo en la garganta, en ese pequeño espacio
que creo que se llama tráquea, ahí por donde el aire pasa. Él no murió por
supuesto, y el agujero que le dejé se cerró, lo último que supe es que ahora
cada vez que él respira lo hace produciendo un pequeño silbido, como si tuviera
un silbato atorado ahí. ¡Ja!
Es
curioso lo que uno puede hacer estando nervioso.
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