Ellos te han llamado.
«¿Ya te preparaste?», me
preguntó un tipo cuando me bajaba de la camioneta. Al principio pensé que no me
lo había dicho a mí así que lo ignoré, pero mientras la camioneta se alejaba,
el tipo, a quien nunca había visto en mi vida, asomó la cabeza por la ventana y
con una extraña sonrisa repitió: «¿Ya te preparaste?».
Me quedé parado completamente desconcertado mientras la
camioneta iba dejando la típica nube de humo negro en su camino.
«¿No te sentís nervioso?», me preguntó el tiendero mientras
ponía el dinero para pagar los cigarrillos en el mostrador.
«¿P-Perdón?», le pregunté tratando de ignorar la fantasmal
vocecilla de aquel tipo en la camioneta.
«¿No me digás que no sabés?»,
dijo el tiendero inclinando la cabeza a un lado con una ironía que me heló la
sangre.
«¡No, no tengo idea de qué putas estás hablando!», grité
mientras tomaba los cigarrillos con mi mano temblorosa. Antes de que el tipo
dijera algo más salí de la tienda y me fui a una banca solitaria en el parque
para fuma en paz.
Después de comerme un shuco decidí caminar a casa en vez de
tomar la camioneta. No quería lidiar con nadie más, y es que, aunque el shuquero no me había dicho gran cosa,
había algo perturbador en la mueca que mostró mientras tomaba el dinero. Con la
barriga llena y mis ansias de fumador saciadas me sentí mejor al caminar por
las desoladas calles en las que mi única compañía eran los enormes árboles
cuyas copas se mecían suavemente con la refrescante brisa de octubre.
Mi corazón empezó a acelerarse cuando crucé la calle que
daba al cementerio, uno que otro vendedor de flores me preguntó si tenía algún
difunto a quien visitar y que si quería llevarle flores. A todos les dije que
no de la forma más amable que pude a pesar de que quería gritarles para que
dejaran de verme con esas intolerables sonrisas.
«Va a
ser a las nueve, ¿no?»,
preguntó una de las viejitas que vendía tostadas en la esquina. Pensé en seguir
mi camino pero debía saber de qué carajos estaba hablando todo el mundo, mi
ansiedad había regresado y lo único que quería era llegar a casa y cerrar las
puertas para que nadie me molestara más. Me detuve y le pregunté de un solo de
qué estaba hablando. La viejita soltó una carcajada rasposa y dijo:
«¡Hay mijito…¿cómo es
que no te lo han dicho?...—yo apenas y podía sentir las piernas, la viejita
rio de nuevo mostrando sus encías negruzcas de las que solo un par de dientes
colgaban,—hoy es EL GRAN SACRIFICIO».
«Doña Nina, a la gran, ¿por qué le dijo?, nosotros no le queríamos decir gran cosa para que fuera sorpresa, usted sí que la jode», dijo
uno de los vendedores de flores.
«¡Nagh!, ¿y para
qué torturarlo tanto?, si al final él es el que va a verlos».
No podía llegar a entender
lo que esos dos lunáticos estaban hablando, sentía la cara entumecida y las
piernas se me estaban doblando. Como pude empecé a alejarme tratando de no caer
de rodillas, y cuando finalmente tuve control de mis piernas de nuevo empecé a
correr. Corrí y corrí hasta que crucé la esquina de la cuadra donde estaba mi
casa. Para entonces el corazón me revotaba en el pecho y la sensación de que
cada persona que pasaba se me quedaba viendo era más que real.
«¿Es él mami?»,
dijo una niñita a lo lejos.
«Sí mi amor, es él».
Cerré la puerta de un
solo y me fui a mi cuarto, temblando y jadeado me tumbé en la cama y me tapé
con la chamarra.
Eran las siete y treinta y dos.
La noche se fue poniendo
más y más pesada y por un buen rato lo único que podía escuchar era el
incansable canto de los grillos, después de un rato empecé a oír una especie de
rezo o canto religioso, como esos que dice la gente en las procesiones de
Semana Santa. De nuevo mi corazón dio un vuelco y en las penumbras de mi
habitación me sentí encerrado como un cerdo listo para…listo para morir.
Un espantoso resplandor
anaranjado inundó mi cuarto y aquel ominoso coro me reventaba en los oídos. Uno
de ellos tocó a la puerta con una delicadeza morbosa.
«Yuuujuuu, ¿está ahí?,
es hora…yuuuuuuujuuuuuu».
Inútilmente me cubrí la
cara con la sábana esperando que aquella infernal situación simplemente se detuviera.
«Señoooor…disculpe
señoooor…»
El canto continuaba a las
afueras de mi casa; aquel horripilante cántico que hablaba sobre la llegada de Ellos y de un aparente demoníaco lugar
llamado La Inmensidad, yo ya estaba
llorando cuando escuché un tremendo crujido en la sala.
Ellos habían entrado a puros hachazos.
En un segundo estaba
rodeado de gente que, en cualquier otra situación, habría sido menos que
importante para mí.
«Tú has sido elegido,
no por nosotros— (¡Jamás por nosotros!), dijeron los demás—sino por Ellos (¡Siempre por Ellos!)».
Aterrado, lo único que
pude hacer fue soltar un chillido.
Ahí fue cuando todos
ellos sacaron un cuchillo y empezaron a apuñalarme una y otra y otra vez…
¿Cómo es que estoy
contando esto entonces?
Simplemente porque Ellos me enviaron de regreso, no del
todo, no, ya nunca podré ser un yo completo.
Yo los vi...los vi
sentados en su grandes tronos de piel curtida, los vi rodeados de montañas de
huesos tanto humanos como de otras especies jamás vistas por ojos humanos.
Yo los vi y Ellos me
enviaron de regreso.
¿Para qué?
Pues eso es simple.
Para llevarte a Ellos.
¿Listo?
Estaré ahí a media noche.
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