El árbol
La pintura me desagradó desde el principio. No sé bien por qué, no es
que fuera vulgar o desagradable; era después de todo sólo un árbol. Una pintura
en blanco y negro en donde lo único que podías ver era un gran árbol marchito cuyas
ramas sin hojas se extendían por todos lados casi como si quisieran salirse de
los bordes. No era más que eso. Aun así, cada vez que veía ese maldito cuadro,
sólo quería tirarlo a la chimenea y verlo arder.
Obviamente no podía hacerlo, eso destrozaría a Rubén, mi esposo.
¡Oh, el ama tanto ese cuadro! Dice que es una de sus mejores obras (si
es que se le puede llamar arte a esos cuadros que pinta).
La mayoría de sus cuadros son simples garabatos que bien podrían haber
sido pintados por un niño hiperactivo. Por supuesto que nunca le he dicho que
detesto sus pinturas (en especial ese maldito árbol) eso lo destrozaría. Y
después de todo yo le debo mi vida.
Pasé muchos años deambulando por las calles de mi pueblo natal que ahora
en mis sueños tiene más la forma de un lugar de pesadillas, en donde los
diablos caminan por las calles con sombreros de copa cubriendo sus cuernos y en
donde si levantas una piedra del suelo vas a encontrar un horrible nido de
gusanos. Mis días estaban rodeados de una niebla ponzoñosa, una necesidad
ardiente de fumar, inhalar e inyectar cualquier porquería que pudiera comprar.
Vender mi cuerpo no me resultaba incómodo en lo más mínimo. Después de todo,
estaba drogada la mitad del tiempo como para sentir o ver a los muchos tipos
con los que estaba.
Pero Rubén me salvó.
Aún recuerdo esa mañana en la que abrí los ojos, sintiendo el típico
ardor, mareo y desconcierto que venía cada mañana, una figura estaba parada
frente a mí, sosteniendo un paraguas con la mano derecha y su saco doblado en
su brazo izquierdo.
Cuando mis ojos finalmente pudieron ver mejor me di cuenta de que aquel
hombre sonreía, no sonreía como los cientos de pervertidos que abundaban en las
calles por las noches (y unos cuantos en las mañanas) no, sonreía como alguien
que simplemente quiere darte la mano y llevarte lejos para mostrarte el cielo.
Un ángel.
Él me sacó de las calles, me «limpió» y me cuidó hasta que los mil
demonios que susurraban dentro de mi cabeza todo el tiempo fueron muriendo poco
a poco.
No sé cuánto tiempo le tomó, pero fue mucho, mucho tiempo.
Pero me salvó y por eso ser su esposa no paga ni un poco lo que le debo.
¡Pero ese árbol!
Claro que no fue fácil confiar en él, a un principio pensé que era algún
truco, uno de los diablos de la calle quería jugar conmigo. Pero cada vez que
yo le gritaba, cada vez que yo intentaba huir de su tan majestuosa residencia,
él me tomaba gentilmente del brazo y me mostraba un sonrisa que parecía
resplandecer. Sus ojos me llenaban de amor puro. Un amor que no había sentido
desde hacía mucho tiempo.
No desde que mis padres fueron asesinados.
Recuerdo haber escuchado pequeños susurros que venían del corredor. Yo
estaba en mi habitación, cubierta por todas las cobijas que mi mamá recién
había lavado.
La noche era helada y el viento fuera de mi ventana parecía querer
entrar como un espíritu maligno.
Los susurros se fueron haciendo más inaudibles hasta que sólo hubo
silencio, entonces escuché pasos en la sala. Las tablas de madera crujían y un
jarrón se cayó y pareció que alguien pisó los pedazos.
«¿M-Mamá?» pregunté y me di cuenta de que no había forma de que mi madre
pudiera oírme pues mi voz sólo estaba dentro de mi cabeza.
Me levanté y caminé afuera de mi habitación, un escalofrío recorrió mi
espalda de inmediato. El viento parecía murmurar cosas obscenas.
Las luces de la sala estaban encendidas y había muchos cristales rotos.
«¿Mami?» pregunté de nuevo y entonces escuché el suelo crujir detrás de
mí. Giré y miré una enorme figura parada al final del corredor. Al lado de mi
habitación.
La figura negra no parecía tener forma clara, en un segundo parecía
tener la forma de un hombre y al siguiente parecía ser un monstruo salido del
mismo infierno.
Yo seguía parada, mis pies clavados al piso y mi rostro congelado con la
mueca de un grito que quería salir.
La figura empezó a caminar hacia mí y entonces, de alguna forma, empecé
a correr.
Corrí pisando los cristales hasta que finalmente estaba afuera de la
casa, en medio de la noche helada.
Me introduje en el bosque que rodeaba nuestra casa. Las ramas de los
árboles me golpeaban y me rasguñaban como si de verdad quisieran hacerme daño.
Mis visión estaba empañada y el viento que soplaba con fuerza en mi rostro me
hacía sentir más extraviada.
Corrí hasta que mi cuerpo no pudo más, nunca vi hacia atrás para ver si
aquel monstruo venía tras de mí o no.
Finalmente mi cuerpo sucumbió ante el cansancio y debí haber caído
desmayada en algún lugar de aquel bosque porque en un segundo todo se puso
negro. Vacío.
Mis padres fueron encontrados al día siguiente; sus entrañas habían sido
arrancadas de su interior con la violencia de un animal pero con la certeza de
manos humanas.
Eso fue lo que uno de los policías me dijo varios días después mientras
yo dormía en una especie de asilo.
«Después de matarlos, los llevaron al bosque en donde te encontramos y
los colgaron en una de las ramas más altas de uno de los árboles más altos...»
No sé por qué recuerdo todo esto ahora.
¡Los colgaron de un árbol después de haber cometido un acto tan malévolo!
Los...colgaron de un árbol.
Un...árbol...
Un árbol...
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