El ojo de la cerradura.
El
pequeño no sabía qué castigo iba a darle esta vez su padre. No que su padre le
hubiera pegado alguna vez ni que sus castigos fueran terribles; sus castigos siempre consistían en mandarlo a su
cuarto sin permiso de ver la televisión. Era aburrido sí, pero no era lo peor.
El pequeño no se portaba mal por maldad, a veces simplemente se sentía atraído
a la idea de impresionar, de crear
ese momento incómodo en el que la gente no hace más que mirar en completo
silencio al pequeño que acaba de hacer algo “malo”.
Sus
padres lo regañaban y trataban de hacerle entender el “porqué” de sus castigos.
Él lo entendía muy bien. Pero…
Pero…esta
vez había algo diferente en el tono de voz de su padre.
También
en su mirada.
El
pequeño no sabía qué era peor, la forma rara
con la que su padre le había dicho “Ven conmigo” o la mirada que le había
lanzado.
Subieron
las escaleras y fueron al último cuarto del pasillo, el cuarto no era usado
para nada, pero su madre siempre procuraba mantenerlo limpio y ordenado.
Su padre abrió la puerta y ambos
entraron. Era la primera vez que el pequeño notaba la puerta. La casa había
sido remodelada cuando sus padres la compraron y casi todo había sido cambiado.
Si bien la puerta era nueva, la cerradura era grande y el ojo de la cerradura
era como esos de las caricaturas, por los que se puede meter una gran llave de
oro mágica.
“Siéntate”,
dijo el padre.
No
había silla y el pequeño no se molestó en preguntar en dónde o siquiera en
protestar. Se sentó en medio de la tranquila y cálida habitación.
Abajo, los invitados seguían
parloteando sobre lo que fuera que hablasen los adultos.
“Lo
s-
Antes
de que pudiera dar su millonésima disculpa, su padre alzó la mano y se puso de
cuclillas para hablarle directo a los ojos.
“Sabes,
yo también me portaba mal cuando era niño,” empezó el padre. Una brisa entró
por la ventana haciendo que la puerta se moviera lentamente.
“Una
vez, creo que tendría un año más que tú, mis padres me llevaron a un funeral.
Creo que era el funeral de uno de sus amigos o algo así, debió serlo porque yo
no recuerdo haberme sentido triste, y es que yo quería a casi todos los
familiares que conocía.” La puerta se movió un poco más.
“En
fin, yo estaba aburridísmo en ese
lugar, yo hubiera querido que me dejaran con una niñera, pero supongo que no
consiguieron a nadie a tiempo. Los pocos niños que había no querían jugar pues ellos sí estaban tristes. Así que lo
único que hice fue caminar de un lado a otro pensando en cosas sin sentido.
Cuando llegamos a la sala en donde estaba el difunto, mi madre me dijo: 'Pórtate
bien, recuerda que esta es una situación muy triste, no molestés a nadie.
¿Oíste?' Asentí, aunque no con mucho sentimiento. La sala estaba repleta de
gente abrazándose y sollozando. Al fondo estaba el ataúd abierto y podía ver
más o menos al tipo en él. Su traje negro era lujoso y su cara estaba toda
maquillada. Parecía tan tranquilo ahí acostado”.
El
pequeño se sentía algo incómodo por la conversación, pero siguió escuchando
cada palabra.
“YO
quería ver al difundo, sabes, no tenía miedo. Tenía curiosidad, nada más que eso. El ataúd estaba un poco alto, pero
creía que, si me ponía de puntillas, podría verlo claramente, tal vez hasta
podría tocarlo. ¿Qué tan frío estará? Pensaba.” El padre soltó una áspera
carcajada. “En una de esas vi que ya no había tanta gente alrededor, creo que
habían decidido salir al jardín o algo así, por lo que decidí acercarme. Me fue
difícil no correr de la emoción, pero las suelas de mis zapatos eran muy lisas
y no quería resbalarme. Cuando llegué al ataúd mis manos estaban frías y tenía
la garganta seca…”
“¿Ya
está?” gritó la madre abajo. El pequeño se sobresaltó y su padre le sonrió.
“Ya casi”. Dijo el padre y no hubo
respuesta.
“Bueno,
para ir al grano, resultó que ni poniéndome de puntillas alcanzaba a ver el muerto, frustrado, me acerqué más
tratando de apoyarme en el ataúd. Y como un niño que quiere ver los dulces en
un aparador ignorando el letrero que dice “No se apoye en el mostrador”, me
apoyé en el ataúd tratando de ver, aunque sea las manos. Entonces CRACK, algo crujió horriblemente debajo
y las patas de metal de aquello en lo descansaba la caja se doblaron y el ataúd
se me vino encima. Logré hacerme para atrás a tiempo para no ser aplastado, el
ataúd cayó de lado y aunque no se hizo pedazos, sí se escuchó otro tremendo crack de madera partiéndose. El cuerpo
simplemente rodó fuera como un maniquí y quedó boca abajo en el piso”
El
pequeño tomó aliento y el padre rió.
“Sí, eso, así mismo hice yo. Mirando
el cuerpo desparramado en el piso, el
ataúd rajado y…bueno, todo en general. Y así hizo la demás gente. No volteé a
ver cuando escuché el AAAAAH detrás
de mí. Ni cuando sentí el jalón en mi brazo por parte de mi padre. Cerré los
ojos y esperé un golpe, no sé por qué, mis padres nunca me golpearon, pero
supongo que esa travesura merecía un
castigo así, no lo creo como adulto claro, pero ahí entendí lo graves que pueden
ser las consecuencias de ser un niño curioso”.
El padre se levantó con dolorosa
dificultad.
“No hubo gritos o tremendas
regañadas. No, lo siguiente que recuerdo es mi padre llevándome a un cuarto,
así como acabo de hacer, aunque el cuarto aquel era todo opaco y polvoriento, y
contándome una historia similar. No con un muerto, no, sino sobre que él, mi
padre, había sido igual de curioso y blah, blah, blah…
Luego,
él cerró la puerta y me dijo:
‘No vas a estar en este cuarto bajo
llave, podés salir claro. ¿Cuándo? Esa es tu decisión, lo único que tenés que
saber es que ni yo ni tu madre vamos a estar vigilándote. No, ya no. Siempre
estaremos ahí, te queremos y lo haremos, pero ya no queremos sentir la
constante humillación de responder por tus travesuras, así como mis padres
lo hicieron conmigo. Así que, al igual que tu decisión de salir de esta habitación
cuando te plazca, también será tu decisión de seguir haciendo esas tonterías. Nosotros ya no te vigilaremos. Pero tampoco vas a estar sin vigilancia”.
El pequeño frunció el ceño.
“Sí, también hice eso mismo”.
El padre caminó a la puerta y antes
de salir le dijo:
“Esto es lo mejor, te queremos”.
Así, cerró la puerta.
El pequeño se quedó inmóvil en la
misma posición. Escuchó los pasos de su padre bajando las escaleras y el lejano
murmullo de los adultos.
La
puerta no estaba con llave y él podía salir cuando quisiera, que era diferente
a sus otros castigos, pero…
¿Sin vigilancia?
Se levantó y se dio cuenta de que su
pie izquierdo se había dormido. Quejándose en silencio caminó hacia la puerta,
no bajaría de inmediato ni tampoco iría a ver televisión, no, simplemente iría a su
cuarto y estaría quieto. Algo que podría hacer en esa habitación, pero después
de la historia del difunto, creí que los
adultos no hablaban de eso con los niños, él no quería estar ahí. Además,
el gran agujero en la cerradura lo ponía incómodo. Se sentía—
A medio camino se detuvo de golpe. Su
mirada fija en el agujero de la cerradura.
Su boca seca. Cerró los ojos y los
mantuvo así como por diez segundos, al abrirlos perdió la fuerza y calló de
rodillas. Aquel ojo que lo miraba por afuera de la puerta y a través de aquel
enorme agujero en la cerradura se movía ligeramente, atento a sus movimientos.
El
pequeño intentó abrir la boca para preguntar si era su padre, madre o alguien.
Pero no podían ser ellos.
Tal vez era el difunto, pensó.
¡Quiero
salir!, pensó, puedo hacerlo de todas formas.
Pero el ojo lo miraba fijamente, con
cierto interés. No, no cierto, mucho
interés.
Pasaron cuarenta minutos y el ojo no
se apartó de la puerta.
Ni
bien se vaya saldré, pensó el pequeño.
Sí…sólo
no tengo que verlo…
El pequeño se dio la vuelta y miró,
tratando al menos, de prestarle atención al cielo afuera de la ventana.
Pero el ojo siguió observando con infinita atención.
hola, buen post, podria utilizar la imagen del final en mi pagina web? un saludo
ResponderEliminarHey. Gracias por tu comentario. La imagen no es mía (simplemente la saqué de internet) así que supongo que podés usarla como quieras.
EliminarSaludos.
perfecto, gracias :)
EliminarSiempre es bueno que encontremos temas como el de Cerradura electronica con huella dactilar para que tengamos más seguridad.
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