No me olvides.
Sigo diciéndome a mí mismo que ella no regresará.
¿Cómo podría? Digo, al final, ella apenas sabía quién
era ella misma. Ella había ido convirtiéndose lentamente en nada más que una
muñeca que respira, sin ninguna chispa de inteligencia en aquellos ojos verdes,
que alguna vez me habían vuelto loco.
Verán, ella era mi esposa. Y yo la amaba. Sí. Puede
que no lo crean una vez les cuente lo que hice. Pero la verdad es esa, yo
la amaba.
¿Acaso soy una mala persona?
Sí.
¿Iré al infierno, si es que en realidad existe?
Absolutamente.
Verán, mi esposa tenía esa horrible enfermedad que te
hace olvidar (no diré el nombre pues llegué a aborrecerlo como si fuera el
conjuro de una terrible maldición), pero ustedes saben a cuál me refiero.
Ella
empezó a olvidar pequeñas cosas; lo que había cocinado el día anterior, las
cosas que tenía que comprar en el supermercado a pesar de haberlas escrito en
una nota esa misma mañana, hasta a qué hora empezaban sus programas favoritos.
Luego se hicieron más grandes; el nombre de las personas con las que había
hablado por teléfono, la dirección de la casa de sus padres, nuestro número de
teléfono…hasta llegar a olvidar que la estufa estaba encendida.
Y al
final, ella me olvidó a mí.
Así que, una noche, manejado por esos terribles pensamientos
(los que todos tenemos alguna vez, pero que nunca tomamos en serio por ser
simplemente horribles y breves ideas que van en contra de toda moral), la saqué
de la cama, la metí en el auto y la llevé lejos.
¡Deberían
haber visto su cara! Toda pálida y estúpida.
Y, como si fuera un perro, la abandoné en medio del
bosque.
Sí, ella me siguió, ella aún recordaba cómo sentir
miedo supongo (¿Puedes acaso olvidar cómo sentir miedo?), y como un miserable animal,
trató de seguir a mi auto, guiándose por las brillantes luces traseras. Pude
ver sus labios moviéndose en silencio, balbuceando cosas sin sentido.
Así que conduje de vuelta a casa, sintiéndome frío y
enfermo. Pero, ni una sola vez miré hacia atrás, ni tampoco pensé en dar la
vuelta y regresar a recogerla. Ni una sola vez.
Entonces el tiempo empezó a pasar, y yo empecé a, por
favor perdonen este horrible chiste, olvidarme de ella. Hasta que un día leí
en el periódico acerca de que, en un pequeño pueblo a diez millas del nuestro,
el cuerpo en avanzado estado de descomposición de una mujer, fue encontrado
cerca de un puente. Su cuerpo estaba tan irreconocible que lo único que
pudieron hacer fue llevar a cabo una misa y enterrarla de forma anónima.
«La pobre mujer debió haber sido atacada por
un oso o por un coyote», decía el periódico.
¿Podría ser?, pensé.
La siguiente semana, salió otro artículo. Una pierna
había sido encontrada flotando en un río, y la única razón por la cual dijeron
que era la de una mujer, era por el zapato que aún se sostenía en el hinchado y morado pie. ¿La había abandonado con sus zapatos puestos esa noche?
No parecía probable, pero otra vez, yo ya había
olvidado cómo es que estaba vestida esa noche.
«Vecinos de la
localidad de San Andrade, localizaron esta mañana los restos de un vestido
blanco entre los arbustos cerca de un barranco. El vestido tenía manchas de
sangre y parecía haber sido rasgado por animales salvajes…»
«El cuerpo sin
cabeza de una mujer fue encontrado en el fondo de un pozo después de que los
vecinos se quejaran del horrible olor. El cuerpo tenía fracturas en ambos
brazos y piernas…se cree que la decapitación fue hecha por un ser humano…»
¿ASESINO?
¿Podrían haber sido todos aquellos hallazgos producto
de un psicópata?
Tal vez.
Puedo imaginármela. Caminando entre aquella oscuridad,
rodeada de árboles que tapaban el cielo y la luna, rodeada de infernales ruidos
salvajes. Puedo imaginarla tropezando una y otra vez, rasgándose la ropa hasta
cortarse la piel profundamente. Puedo verla llorando, tratando de entender una
situación que su cerebro ya no era capaz de procesar. Entonces escucharía algo
moviéndose entre los árboles, rompiendo ramas como huesos secos. Ahí se
encontraría con un hombre. ¿Sentiría desconfianza? ¿Gritaría? ¿Sentiría alivio
de encontrar a alguien que pudiera ponerla a salvo?
Puedo
ver a aquel desconocido abrazándola, haciéndola sentir normal por primera vez
en mucho tiempo. Puedo imaginarlo sonriendo…y excitándose.
Sólo hasta ahí quiero llegar.
Escuché por ahí que unos niños dicen haber visto la
silueta fantasmal de una mujer que ronda un potrero cerca de una vieja finca.
«Si te le quedás
viendo muy de cerca, verás que ella no tiene cara porque su cara se la comió un
lobo».
A veces creo que está viva. De hecho, creo que es lo
más probable.
La he vuelto a ver saben, no en mis sueños, o en mis
pesadillas en todo caso, sino en la calle. En cada esquina. La veo caminando
hacia mí, tambaleándose como si recién hubiera salido de su santo sepulcro.
La he visto al abrir la puerta; con
su rostro desfigurado y mordisqueado por las muchas bestias que viven entre los
montes. La he visto desnuda, con el cuerpo hinchado y morado y sin una pierna.
La he
visto sin cabeza, retorciéndose en el piso de la cocina.
Pero en la mayoría de las veces, la veo simplemente como
era antes, hermosa y perfecta.
Y en
esas veces, ella sólo me sigue…sonriendo y sollozando al mismo tiempo.
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