Por el rabillo del ojo
Aunque no tengo idea
clara de cuándo empecé a verlos, sé
bien que su presencia nunca fue tan amenazante como lo es ahora. ¿Pero qué
puedo hacer? Digo, ellos siempre han
estado conmigo y supongo que lo estarán aun después que yo muera.
Y si mis suposiciones son correctas. Mi muerte llegará aquí
pronto.
Nunca los vi claramente,
eran no más que siluetas borrosas y sin forma que pasaban por el rabillo de mi
ojo. Podría estar caminando y de repente vería en un flash nada más como una sombra, ya fuese alta o pequeña, pasaba a
mi lado. A veces veía un parpadeo de ellos
cuando estaba cruzando la calle; mirando a ambos lados cuando en una de esas
vería una silueta metiéndose en un callejón o arrastrándose por la pared de un
viejo edificio para meterse en una de las muchas ventanas. “¿Serán personas o
algo más?”, me decía a mí mismo. Era difícil saberlo, a veces parecían tener
forma humana (niños escondiéndose detrás de árboles como jugando a las
escondidas) y otras veces no parecían tener forma en realidad (el parpadeo de
una sombra metiéndose por debajo de una puerta o escurriéndose entre las
rajaduras de una pared de concreto). Nunca me preocupé porque nunca eran más
que breves imágenes captadas por mis ojos mientras estaba haciendo algo más. Nunca
parecían querer llamar la atención y aun cuando quería verlas directamente me
era imposible pues la presencia de esos seres duraba no más que un segundo o
dos.
Una tarde iba caminando al parqueo que está a unas cuadras
de mi trabajo para sacar mi carro e irme a casa cuando uno de ellos apareció, como siempre fue breve
pero esta vez se me puso la piel de gallina. Me quedé parado un momento
tratando de asimilar lo que pasaba. Nunca les había tenido miedo y sus breves
apariciones jamás habían provocado alguna reacción física. Nada más que una
curiosidad por saber qué eran y qué querían. Si es que querían algo realmente.
El escalofrío se me pasó y seguí caminando. Llegué a donde
estaba mi carro y empecé a sacar las llaves de mi bolsillo cuando vi a otro (¿o
sería el mismo? Era imposible saberlo) asomándose detrás de un poste eléctrico
de lado derecho del parqueo. De nuevo se me erizó el vello de los brazos y el
cuello y me di cuenta de que estaba respirando de forma acelerada. “Tal vez no
es uno de ellos sino alguien de verdad”, pensé y la idea de
que una persona real me estaba siguiendo resultaba aterradora. Esos seres jamás
me habían resultado amenazantes, pero una persona sí podía hacerme daño.
Saqué las llaves
finalmente y me disponía a abrir la puerta cuando vi reflejado en la ventana
polarizada de mi auto a alguien que venía corriendo a toda prisa hacia mí, su
brazo estaba levantado como si estuviera listo para apuñalarme por la espalda. Mi
única reacción (y la que pensé sería la última reacción en vida) fue tirarme a
un lado y gritar. Me había cubierto la parte de atrás del cuello (un acto
inútil considerando que si alguien iba a apuñalarme de veras lo podría hacer en
mi espalda). Estaba listo para sentir la navaja clavándose en mi espalda o en
mi cuello, incluso sentí que ya hasta estaba sangrando. Pero pasaron los
segundos y nadie me atacó. Lentamente aparté las manos de mi cuello y me
comencé a levantar. El único corte que tenía era en mi rodilla pues me había
apoyado en un pequeño pedazo de vidrio roto. Con los ojos bien abiertos miré
alrededor en busca de mi atacante, pero no vi a nadie. La sensación de ser
observado seguía en el aire como un gas tóxico. Pasó un buen rato hasta que
pude tranquilizarme lo suficiente como para meter la llave en la puerta,
arrancar el auto e irme a casa. Mientras conducía vi como uno de ellos se metía en una alcantarilla. “Esa
fue una rata” me dije. Pero yo sabía mejor pues de nuevo se me había puesto la
piel de gallina.
Las cosas empezaron a ir
de mal en peor tan rápidamente que ni siquiera logro entender qué pasa
realmente.
Esa noche seguí
viéndolos, esta vez casi parecían asomarse sin tanta timidez como antes.
Seguían apareciendo por unos segundos y solo los captaba con mi visión
periférica, pero ahora parecían estar en todos lados. Casi siempre veía unos
dos o tres al día, a veces uno por semana, pero para cuando marcaron las nueve
ya había visto unos quince. Seis de ellos eran los que tenían forma de niño (al
menos me gustaba pensar que eran niños), tres de ellos no tenían forma, pero el
resto habían sido los que para mí eran hombres altos y delgados que iban de un
lado a otro dando grandes zancadas. Esos eran los que más cerca llegaban a
incomodarme, pero hasta ese momento jamás me había preocupado su presencia.
Ahora me sentía acechado y la sensación de claustrofobia se hacía más fuerte
entre más anochecía.
Desperté a eso de las
once escuchando los alaridos de los perros, me había quedado mal acostado y
ahora un agonizante dolor recorría mi cuello y mi hombro. Los perros, que eran
de la calle, daban tremendos alaridos como si el Diablo anduviese marchando
libremente entre las cuadras. El pánico empezó a envolverme como una asfixiante
camisa de fuerza y lo primero que hice fue encender la televisión (¿no la había
tenido prendida ya?) puse un canal de caricaturas y subí el volumen. Fui a mi
cuarto y jalé unos ponchos y almohadas para estar más cómodo en la sala, no
quería dormir en mi cuarto pues en mi cuarto había una ventana que daba al
enorme patio de la casa y no quería escuchar el sonido de las ramas de los
árboles que se movían rascando el techo.
Los perros seguían ladrando y, a pesar de mis nervios,
decidí asomarme por la ventana y ver por qué estaban tan aterrados los pobres
animales.
Creo que si mi corazón
hubiera sido el de un viejo o si hubiera estado en peor forma de seguro me
habría dado un infarto ahí mismo. Cuando llegué a la ventana, corrí la cortina
y ahí mismo fui recibido por un par de penetrantes ojos blancos que
resplandecían como los ojos de una fiera. Los ojos eran completamente redondos
y carentes de humanidad o de “consciencia”, pero ¡eran ojos! De eso estaba
seguro. Podría haber gritado (no creo haber gritado y aun si lo hice mi grito
habría sido ahogado por el incesante ladrar de los perros) pero no puede sacar
nada de mi garganta. En vez de eso me fui de espaldas como si me hubieran dado
un golpe. Aquellos ojos blancos y brillantes seguían fijos en mí. Inmóvil y sin
la más mínima cantidad de sangre en mi cuerpo como para moverme, me conformé
con cerrar los ojos y esperar a que todo pasara. Creo que me hubiera quedado
ahí toda la noche sino hubieran tocado a la puerta.
“Oiga, ¿está
bien?”, dijo el extraño afuera de mi puerta después de que no respondí a las
primeras dos veces que tocó.
“¿Está bien? Escuché
un grito”
Entonces sí había gritado
y al parecer había sido tan o más fuerte que los perros.
La voz de aquel hombre me
resultaba tranquilizadora y me hizo sentir como si nunca hubiera hablado con
gente realmente. Era como si hubiera estado en una cueva por décadas.
“Um, sí, estoy
bien. Un momento”, dije tratando de aspirar suficiente oxígeno para hablar.
Me levanté. Ahora no solo
me dolía el cuello y el hombro sino también el tobillo.
Abrí la puerta y un
hombre de unos cincuenta estaba parado en mi pórtico.
“Lamento haberlo
asustado”, le dije apenado, disimuladamente traté de ver aquellos ojos blancos
flotando en medio de la noche. Sentía las piernas débiles y frías así que me
apoyé en el umbral. El anciano seguía viéndome con preocupación, y ¿por qué no?
Estoy seguro que mi rostro había envejecido un par de años. O tal vez
simplemente lucía como un adicto que no ha tenido su dosis en un buen tiempo.
“¿Seguro que está
bien? Puede que suene exagerado, pero usted se ve fatalmente pálido”.
Sonreí lo mejor que pude
y dije:
“He estado enfermo
estos días y creo que la medicina que tomo me ha dado tremendas pesadillas”.
Era una patética excusa,
pero no creo que el anciano hubiera pensado algo malo.
“Bueno, espero que
se sienta mejor pronto. Yo vivo en la casa de enfrente, es curioso que no
hayamos hablando antes, aunque estoy seguro que usted ya me ha visto como yo a
usted”.
Le dije que sí, que yo ya
lo había visto antes. Eso era una terrible mentira. De nuevo me sentí como un
ermitaño. ¿Cuándo fue la última vez que
saliste con amigos? ¡Carajo! ¿Tienes amigos siquiera?
Antes de que el anciano
se fuera le pregunté:
“¿Sabe por qué
estaban ladrando tanto todos esos perros?”
“¡Ay, ni me diga!
¡Chuchos condenados!, pero no, la
verdad no sé. Yo salí a la calle para ver qué pasaba y ahí fue cuando lo
escuché a usted gritar. Honestamente pensé que se le había metido un ladrón a
la casa y que los perros lo habían visto -yo sonreí- Sabe, mi madre, que en paz
descanse, solía decir ‘de plano que hay
algún espanto rondando por ahí’ cuando los perros ladraban así de fuerte. ¡Cómo
me costaba dormir cuando decía eso!”
“Me imagino”, le
dije. Eso no había hecho sino ponerme más nervioso.
“Bien, me voy,
como le digo, si necesita ayuda yo estoy enfrente. Mi esposa le puede preparar
algo mañana si quiere. Un su caldo de pollo le caería bien”.
“Sí, gracias”.
Me quedé parado entre el
umbral de la puerta hasta que el anciano regresó a su casa a paso lento. Antes
de cerrar mi puerta vi a otro de esos entes.
Esta vez no fue un parpadeo ni tampoco fue por el rabillo del ojo. Fue directo
y claro como se ve a un hombre en la calle. Y a pesar de que estaba oscuro sé
que era uno de ellos. Sus tenebrosos
ojos blancos lucían tan brillantes y aterradores como le deben parecer las
luces de un auto que se aproxima en una oscura carretera a un pobre venado o
conejo.
La luz del día me
encontró tirado en el sofá, tapado hasta el cuello con dos ponchos y con unas
feas ojeras en mi aún pálido rostro.
Los perros no habían vuelto a ladrar en toda la noche y en
algún punto pude sentirme lo suficientemente tranquilo como para apagar la
televisión.
Me levanté y me preparé
una taza de café espeso, me sentía mareado y débil como si de verdad hubiese
estado enfermo, todo lo que había ocurrido parecía lejano como si hubiera sido
producto de una fiebre. Salí al patio y fui recibido por una fresca brisa que
se llevó los últimos nervios que me quedaban. Me preparé un buen desayuno
(pensé incluso ir a visitar a mi vecino de toda la vida que había conocido
hasta anoche) y me di un relajante baño. Eran las diez de la mañana cuando
salí. Me sentía tan renovado que quería dar una caminata por la ciudad,
comprarme un par de zapatos o un buen libro. Iba caminando sobre la acera, perdido
en mis propios pensamientos y fijándome en cosas sin importancia cuando noté
que detrás de mí, más o menos a una cuadra, un hombre completamente vestido de
negro caminaba dando grandes pasos. El corazón me dio un vuelco. El hombre no
vestía de negro, él era todo negro
casi como una figura cortada de cartón a la que le habían dado vida (eso
explicaría su extraño andar). Sabía que tenía que moverme, pero yo ya no tenía
pies, no, mis pies se habían fundido en el concreto y en vez de poderme mover
hacia adelante lo único que podía hacer era hundirme. El hombre seguía acercándose
y noté que su cabeza tenía forma de sombrero en la punta. No había facción
alguna, excepto…
Caí sentado y alejando la mirada lo mejor que pude empecé a
arrastras mis inútiles piernas, como lo haría un inválido que se ha caído de su
silla de ruedas, por toda la acera. Podía sentirlo sobre mí, ¿qué tan cerca
estaba ahora?
Jamás había tenido una
visión tan cerca de ellos, fuera lo que fuesen, era obvio que querían algo.
¿Eran fantasmas? ¿Demonios? ¿Creaturas formadas por mi mente desquebrajada? Tal
vez, tal vez había estado desquiciado todo este tiempo y no lo había sabido.
Tal vez esos seres oscuros y sin forma eran lo que las voces son para un
esquizofrénico. La realización de que yo podría estar loco me pegó con fuerza.
Cerré los ojos de nuevo como lo había hecho la noche anterior, ¿vendrá alguien
a preguntarme si estoy bien esta vez?, pensé, alguien debe verme, estoy en plena
calle, tirado y chillando como un animal que acaba de ser atropellado. Podría
decir que fue un milagro que mis piernas pudieran moverse de nuevo pero la
verdad es que no había razón para que dejaran de funcionar en primer lugar. Además,
nunca he sido un buen creyente. Sorprendido del regreso de mis piernas me
levanté y sin mirar atrás corrí, carajo ni una sola persona había pasado por
ahí en el tiempo que estuve tirado, si un auto pasó no creo que le haya
interesado detenerse y ver si estaba bien. ¿Para qué? “Nah, debe ser un pobre borrachín o un loco” debió haber dicho el
conductor. Jamás he tomado más de una cerveza así que lo de borrachín no me
queda…pero ¿lo de loco?
Llegué a una pequeña
cafetería que vendía café sobrevalorado y panqués desabridos y me senté. Podía
sentir mi cordura descascarándose como la pintura de una vieja pared. Aquel
hombre negro seguía caminando hacia mí.
Me levanté, creo que
escuché a alguien decir ¿necesita ayuda?, pero yo estaba demasiado enfocado en
lo que veía afuera.
Aquel hombre seguía
caminando, pero ahora no era solo él. O eso, o lo que fuera. Eran más.
Ahora puedo escucharlos.
Sí. Esos seres han dejado
de ser simples figuras que pasaban por el rabillo de mi ojo para convertirse en
entidades físicas, Lo digo porque están
tocando a mi puerta. Son las siete de la noche. Las puertas están cerradas y
todas las luces están prendidas. La televisión tiene el volumen alto al igual
que la radio.
Pero ¡puedo escucharlos!
Rasgan la puerta como
animales queriendo entrar y refugiarse, o tal vez para alimentarse. No dejo que
mi mente me convenza de eso. Tal vez esté loco, aunque no creo que la locura
funcione así. No sé qué sería peor; que ellos
fueran productos de mi mente quebrada o que fueran reales.
Hace ratos escuché que las ventanas de los cuartos se
quebraban, ahora escucho el girar de las perillas. No me imagino cómo se verá
mi casa desde afuera, rodeada de seres completamente negros. O tal vez no haya
nada.
Tal vez deba abrir la
puerta y dejar que me lleven. Si es que me quieren llevar a algún lado. O tal
vez deba tomar el revólver que le perteneció a mi padre.
Estoy harto de pensar en
los tal vez.
Así que no diré nada más.
Cerraré los ojos e ignoraré sus desesperados intentos por abrirse paso hacia
donde me encuentro.
No les tomará mucho
tiempo.
No. Ya están jalándome
los pies.

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